Por fin lo he hecho. Me costó encontrar el producto adecuado,
pero ayer, al encontrar el cadáver de la rata descarnada delante de mi puerta,
me levanté con la determinación de no dejar pasar ni un día más de este
suplicio. Hacía dos noches que soñaba con pequeños colmillos.
Llevaba mucho tiempo quejándome a la comunidad de vecinos del
olor a orines que impregnaba el patio comunitario, de los restos de comida en
bandejas de forespán, de los recipientes con agua turbia y verdosa abandonados
por todas las esquinas, de los rasguños y los pelos en mi silla de mimbre.
Hacía tiempo que tenía la sensación de que la vida carnívora
se desbordaba de su molde, que una reproducción cancerígena y sarnosa iba a
acabar con la limpieza y el orden que tantos esfuerzos nos cuesta a las amas de
casa, que ni las lavadoras ni el jabón
ni la lejía iban a poder con esa epidemia de pulgas, colas y miradas huidizas
que se amontonaban en una única masa animal cuando cada tarde Elvira sacaba la
comida a los gatos del vecindario.
Era una sensación pringosa y alérgica. Me quejaba y no me
respondían. Advertía y amenazaba. Los vecinos le quitaban hierro al asunto
diciéndome que era una exagerada. Los de la sociedad protectora de animales se
comprometieron a realizar una
esterilización colectiva hace seis meses. No les he visto el pelo hasta hoy.
Les había pedido
soluciones y han tardado medio año en llegar con sus jaulas para
llevarse a los gatos y castrarlos, con
sus pastillas antibaby para las gatas. Hubieran tenido que avisarme de que
venían hoy. Lo siento, han llegado tarde. La paciencia tiene un límite.
El veneno ha sido un remedio más rápido y eficaz.
Los cuerpos de los gatos
esparcidos por todo el patio esta
mañana recordaban escenas del
telediario, la representación del paisaje después de una guerra con actores
pequeños, como de mentira. Parecía que se iba a reanudar la pausa del vídeo, que se iban a levantar y a estrenar otra de sus siete vidas. Pero no.
Los de la protectora han llegado a las nueve y al ver la escena han soltado las jaulas
atónitos y se han ido en busca de los formularios para denunciarme. Los vecinos
han cambiado sus buenos días por entrecejos indignados y Elvira gritaba. Lo siento, alguien tiene que hacer el trabajo sucio.
Este relato está basado en algo que ocurrió realmente. Me resultó muy difícil meterme en la piel de la protagonista.
Alguien tenía que hacerlo.
ResponderEliminarSaludos.
Supongo, como también alguien tiene que trabajar en los mataderos. En estas cosas de los animales siempre hay una ambivalencia entre la lógica y los sentimientos que a veces es difícil de encajar de manera coherente.En ese meollo me quería meter, para ver si lo entendía. No lo conseguí.
EliminarGracias por pasarte y dejar huella.
¡ Miau !
Comprendo a la autora, los reparos para escribir sobre algo tan delicado como la matanza de animales. Me llevas a países como la India donde la vaca es sagrada aunque se estén muriendo de hambre. ¿Quién determinó su endiosamiento? Peor me llevas más allá, a la revolución, a la toma de la Bastilla, a los Comuneros de Castilla. ¿Hasta cuando el individuo que piensa puedes aguantar tanta tropelía? ¿Llegará el día en el nos tengamos que comer los gatos? A eso me llevas. Luego será tachado de antisistema, de anarquista y demás. En fin, duro pensar sobre estas cosas tan temprano, es mejor dejar que los caníbales nos devoren, más un día como hoy, que creo que hay fútbol.
ResponderEliminarJolín , Javier, no sé que comentarte sobre lo que dices. Mejor callo y asiento, respetuosa. Y me voy a pasear a mis galgos , que han tenido la suerte de librarse de una masacre.¿futbol? ¿ qué es eso?
EliminarUn abrazo