Foto de Elías Ruiz Monserrat
Siempre
constituye una sorpresa ver la diversidad de comportamientos de los grupos que
nos llegan a nuestra aula de la
naturaleza. Dependiendo de la zona donde esté ubicada la escuela y de los profesores
acompañantes, los comportamientos varían. Al final de la estancia ponemos
etiquetas, clasificamos a los grupos como pijos, multirraciales, aburridos,
insoportables, encantadores… y otras categorías innombrables. Es una forma muy
simplificada de verlo, la mayoría de las veces se comportan con una mezcla
equilibrada de todos estos adjetivos, pero entre los monitores tenemos la
costumbre de catalogar el comportamiento mayoritario del grupo en cuanto se van.
También apuntamos las anécdotas que nos hacen más gracia. Tenemos una auténtica
antología de los mejores momentos, un catálogo de las ocurrencias más
sorprendentes de estos seres tan imprevisibles que son los niños. De vez en
cuando las releemos y nos reímos juntos. Una vez una niña urbanita dijo: “Anda,
pero si la vaca es más grande que la gallina”. Nunca supimos cual era la
referencia, pero nos vino a la cabeza uno de esos pesebres con figuras
desproporcionadas que todos hemos visto alguna vez. Otro, al preguntarle cómo
se llamaban los habitantes de su ciudad, Granollers , refiriéndonos al
gentilicio, nos contestó , con mirada sorprendida:”¿Todos?¿El nombre de todos?”.
Siempre recordamos a aquel chaval gordito que levantó la mano después de una
explicación detalladísima de mi compañero
sobre la vegetación mediterránea y dijo muy serio: “Y aquí ¿cuándo se
merienda?”
Pero
para lo que ha pasado hoy va a ser difícil encontrar una etiqueta. El grupo era
peculiar. Procedentes de una zona muy desfavorecida, de un barrio donde abundan
los asentamientos de etnia gitana, la situación de antemano prometía
dificultades. Los maestros nos habían pedido que reforzáramos las habilidades
para el trabajo en grupo. La primera actividad de la mañana ha sido la construcción de una
maqueta. Era fundamental que trabajasen de manera cooperativa para que todo
encajara y tuviesen la sensación de haber conseguido un logro en equipo.
Los
niños, de tercero de primaria, eran bastante movidos, pero con la ayuda de unos
maestros muy concienciados han conseguido terminar la tarea con éxito y en un
tiempo record.
Yo
me sentía tan emocionada cuando han acabado que me he puesto a aplaudirles. Ha
sido un gesto espontáneo. Unas cuantas palmaditas, que se han prolongado al
añadirse mis dos compañeros y los profesores a la felicitación. Sin darnos
cuenta hemos sincronizado la cadencia de los aplausos, hasta conseguir una
ovación con un ritmo común. En un instante todos los niños estaban dando palmas,
y la situación ha derivado en un taca-taca-taca-tá de lo más flamenco. A
continuación, unas diez gitanillas se han lanzado al centro de la pista a
taconear al son de las palmas que tocaban sus compañeros, y uno de ellos se ha
soltado a cantar por bulerías. Los maestros sonreían. Nosotros nos hemos
quedado rígidos, sin saber qué hacer con las manos. Por lo que sé, la mayor
parte de esas niñas cuando tengan trece o catorce años ya no estarán
escolarizadas. El taca-taca-tá se ha prolongado un buen rato, como si el tiempo
se hubiese dilatado mientras los niños, concentrados, se entregaban en cuerpo y
alma a su misión tan cohesionados como si fueran una sola criatura.
Al
fondo, la maqueta terminada parecía proceder de otro mundo.
Bueno, y ¿qué hacer con esa doble demostración de trabajo en equipo?...
ResponderEliminarAbrazos Paz, todos los críos son sorprendentes, y cuanto más desconocidos más sorprendentes.
¿Qué hacer? Pues dejarse de tonterías pedagógicas y salir a bailar con ellos jaja. Y seguir con la capacidad de sorpresa en perfecto estado de revista.Un abrazo agradecido para ti por pasarte y decir.
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