Fue
uno de los trabajadores del Metro quien lo encontró. Muy temprano, al abrir la
verja que lleva a los andenes. Notó un movimiento impreciso, como una sombra, y
pensó que sería un perro o un mendigo que se hubiera quedado encerrado adentro
la noche anterior. Le persiguió escaleras abajo y pudo ver un cuerpo sin
pigmento, escurridizo y leve, que se deslizaba entre el suelo y las paredes de
la estación solitaria. Cuando parecía que iba a perderlo en el interior del
túnel, algo en el suelo, de naturaleza adhesiva o rugosa, detuvo al insólito ser.
Frenó bruscamente y toda su materia rebotó con temblores de gelatina. Se
enroscó sobre si mismo protegiéndose de todo lo que fuera sólido, luminoso o
estridente, y dejó escapar un gemido que parecía proceder de otro mundo.
Lleva
ya dos días en la oficina de objetos perdidos del Metro. A su lado un paraguas,
un reloj, un móvil y un sombrero mejicano. Mueve sus extremidades nervudas tras
el cristal. Sus ojos traslúcidos y tersos aun brillan con la esperanza de que
alguna de las muchas criaturas pálidas como larvas que pueblan por las noches
la Barcelona subterránea le perdone la terrible imprudencia de haberse demorado
hasta la madrugada, y acuda urgentemente a rescatarlo.
Este microrrelato fue incluido en la antología Mar de Pirañas, de la editorial Menoscuarto.
Fuente ilustración: Alice Vegrova
Fuente ilustración: Alice Vegrova
Me encanta tu sensibilidad, Paz, me alegro mucho de haberte descubierto. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Miriam!Menudo piropo. Ahora vamos a tener ocasión de estar muuucho en contacto , y me alegro.Abrazo cuentacuentístico!
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