“Mi familia. Porque los nombres
alumbran y los posesivos nos vinculan con las realidades, nos sitúan en el
mundo para darnos un lugar”
Los astronautas, Laura Ferrero
Subir a la montaña más alta sin esperarlo, sin desearlo de antemano. O al
revés. No subirla, y saberlo más tarde, como le ocurrió a Hugo. Me contó Macu
que los vecinos que tuvo después de nosotros en el edificio de Santa Cruz eran
unos médicos gallegos que tras cinco años obtuvieron plaza en su tierra. Su
hijo Hugo se incorporó al colegio con el curso comenzado. El primer día de
clase, cuando la profesora presentó al niño a sus nuevos compañeros y mencionó
que venía de Tenerife, todos los niños le miraron emocionados y le preguntaron
cómo era el Teide, la montaña más alta de España. La profesora sonrió al
comprobar que sus clases de geografía habían calado en sus alumnos. Resultó que
a Hugo en todo ese tiempo no lo habían llevado al Teide en ningún momento. Al
principio porque era demasiado pequeño, después porque los padres tenían mucho
trabajo y al final vaya usted a saber por qué. Hugo tuvo que confesar a sus potenciales futuros
amiguitos que nunca había estado en la montaña más alta. A su abuela le costó bastante
consolarlo cuando llegó llorando a casa esa tarde.
Hugo no había subido al Teide, pudiendo haberlo hecho. Y no fue
consciente hasta que los demás se lo hicieron ver. Nosotros, aunque esta vez no
hemos llegado hasta la cima, sí hemos subido.
Pero lo más interesante es que nuestro viaje nos ha llevado a otras cimas. A lo alto de otros lugares afectivos y sensoriales que no habíamos planificado con antelación.
Esos lugares insospechados tienen relación con paisajes, pero sobre todo
con personas.
Es cierto que yo me encargué de
informar de nuestra larga estancia en Tenerife a los amigos y familiares más
cercanos. Y les invité a visitarnos, por supuesto. Es
fácil mostrarse hospitalario cuando es una expresión de la euforia previa
a la aventura. Aunque creas que esa aventura va a suponer una forma
elegida de aislarte e inventarte una nueva vida por un rato, no puedes evitar
querer compartirla.
Durante el primer mes no vino nadie, como era de esperar. La gente
trabaja, tiene sus vidas planificadas y sus ahorros destinados a cosas
importantes. Además, en nuestra casa solamente podíamos alojar a una persona.
Pero las costuras de calendario explotaron sin remedio a principios de
noviembre, cuando aterrizaron los cuatro descendientes a pasar una semana con
nosotros. Llegaron a la isla en la que los dos hermanos mayores habían vivido durante
tres años, algo que en el fondo los mellizos siempre vieron como una fantasía
inventada por sus hermanos para provocarles envidia. Me corregís si no es
cierto (sí, es una manipulación de la mami para comprobar si lo leéis)
Lo primero que hicimos para confirmarlo fue regresar al escenario real de los
hechos. Nos dirigimos a la calle donde estaba NANÍN, la guardería en la que
Carlos y Ana iniciaron la dilatada vida académica que a estas alturas todavía
no ha finalizado. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que, treinta años después,
la guardería seguía existiendo. Recordé vívidamente el paseo diario cruzando el
parque de la Granja con Ana sentada en su sillita roja y Carlos agarrado de uno
de los lados. Me pregunto en qué universo paralelo estarán aquellos dos seres
asombrosos con su pelo rubísimo, sus disfraces de carnaval, sus canciones para
aprender a limpiarse los dientes, sus tardes en el patio del edificio jugando a
las escuelitas con aquella vecina más mayor, y sus cuentos para dormir. Me pareció volver a verlos al cruzar el
parque. En un futuro ellos quizás tengan que llevarme a mí en otra silla de
ruedas (¡ojalá no!) pero de momento vamos a celebrar que hemos posado los tres delante
de NANIN, mientras los otros dos hijos miraban desde la acera de enfrente con
algo que podría parecer resentimiento pero era simplemente incredulidad.
En Nanín Carlos se hizo amigo íntimo de Samuel. Y yo de su madre, Maite. Mientras
ellos hablaban de dinosaurios y tortugas ninja, nosotras intentábamos practicar
una maternidad a la vez comprometida y ligeramente negligente. Mi Ana y su Sara
participaron también del experimento pedagógico.
El día que llegó Víctor a Tenerife —y ya estábamos todos—, organizamos
una merienda-cena en el jardín con Maite y Samuel. El reencuentro fue mágico y
muy divertido. Un cúmulo de excesos: sobredosis de comida, anécdotas, risas y
recuerdos. Al día siguiente Samuel los invitó a bañarse temprano en Radazul,
mientras los viejos nos quedábamos en casa con la satisfacción de haber
propiciado el encuentro.
Maite, aparte de lectora insaciable y amiga para siempre, es una psicóloga
bregada en mil batallas que quiere jubilarse pronto para que nadie nunca más le
cuente sus problemas. Santa inocencia. Dice que cuando conozca a alguien y se
presente dirá que ha trabajado como funcionaria, cosa que es cierta. Aunque si
pretende que la gente se imagine a una de esas funcionarias pusilánimes que
devoran papeleo y lo regurgitan con cara de haber tenido una mala digestión
comete un craso error, eso nadie se lo va a creer. Maite rebosa vida, sentido
del humor y una autoridad indomable. Mi hija Sara, tras conocerla, dijo que era
monologuista y no lo sabía. Cuando se lo dije a Maite me dijo: sí lo sé.
Durante mi estancia en la isla leí Mala terapia, de Abigail Shrier. Un libro
que me recomendó ella, y que me ha interesado en la misma medida que me ha
repelido.
En este libro se dice:
“Tal vez todas las caóticas vacaciones familiares y alborotadas fiestas
de cumpleaños inculquen a los niños la necesidad de mostrarse atentos con los
demás, de encontrar el humor en lo ridículo, de reprimir el enfado antes las
pequeñas inconveniencias de personas insensibles que se irritan mutuamente con
preguntas indiscretas. Tal vez los ayude a aprender a dar a esa irritación un
uso productivo (como ayudar a cargar las bandejas de lasaña en el coche o
empujar la silla de ruedas de la abuela) y a calibrar de manera más realista
las expectativas con que afrontan su día a día. Tal vez el absurdo y conmovedor teatro de la familia ampliada ofrezca también inmunidad de rebaño contra la
desesperación ante las inevitables adversidades”
La idea de familia ampliada ha sobrevolado mi cabeza durante nuestro
periplo tinerfeño. Paradójicamente cuando más lejos estábamos de nuestra
familia natural se ha ido creando un entorno familiar nuevo. Natural y
artificial al mismo tiempo. Concéntrico y centrífugo. Desde la nueva familia
compuesta por nuestros vecinos de finca, personas y perros que nos acogieron
sin resquicios, hasta las visitas que hemos tenido de hijos y amigos llegados
desde la península (¡Godos fuera! rezaban los muros de la zona donde residimos
en Santa Cruz en los años noventa), pasando por los reencuentros con los amigos
de la isla. La familia propia y la que se elige y te elige. La construcción de
esa tribu en la que te reconocen y te reconoces es un tema que,por lo que he
podido constatar aquí, no está ligado a la geografía ni a los lazos de sangre.
Macu, mi antigua vecina y sin embargo amiga, estuvo ahí desde el primer
momento. Nos abrió la puerta del edificio donde vivimos, y también de su casa,
cuyo plano yo tenía grabado en la cabeza. Nos acompañó a dar un paseo
nostálgico por Santa Cruz ( aquí estaba el cine donde íbamos juntas, allí la
pastelería que ahora ha sido sustituida por un bazar chino…) y nos incluyó en todas las salidas senderistas
que ella y Tomás hicieron en ese periodo. Incluso adaptaron un par de ellas para piernas
menos expertas que las suyas. Venían a buscarnos en coche con sus dos perritos
y nos llevaban a bosques encantados y encantadores, casi tanto como ellos.
Conocimos a su hijo Fernando, que no había nacido cuando nos fuimos a la
península. Y nos empapamos de su energía y de su sabiduría de brujita
palmera. La cena de despedida en La Laguna fue el
broche de oro para nuestro reencuentro.
El calendario que habíamos montado para la semana con los hijos se fue
modificando sobre la marcha, pero al final se cubrieron todos los objetivos
básicos: visita a Santa Cruz, el Puerto de la Cruz (y su delicioso jardín
botánico), Garachico y La Laguna ( free tour incluido); baños en Las Teresitas, Bajamar y Radazul;
Subida al Teide por Masca y bajada por la Orotava; senderismo por la laurisilva
y comidas en guachinches.
Programa
completo, programa Comansi.
Las madres suelen estar orgullosas de sus hijos. A veces sin datos
objetivos. En mi caso, me asisten datos totalmente subjetivos que justifican la
necesidad de un babero gigantesco para empapar mi constante babear cada vez que
observo en qué se han convertido aquellas cuatro criaturas que una vez
dependieron totalmente de nosotros. No digo nada más, porque hay emociones que
son impermeables a las palabras. Y que son tan íntimas que no se deben exhibir.
Stop.
Durante unos días volvimos al gimnasio y a nuestras rutinas. Tuvimos tiempo de recuperarnos de la vorágine familiar antes de que viniera Pili a visitar a su hermana y pasara dos días con nosotros. Repetimos algunos de los destinos, ahora ya como guías expertos en la isla más completa de las que forman el archipiélago. Con Pili somos amigas desde que, siendo dos veinteañeras, trabajamos juntas en el Colegio Lestonnac. La profe de inglés y la profe de biología. Ella era jovencísima, parecía una alumna, yo transité mis dos primeros embarazos impregnada en olor a mandarinas, que comía en cada descanso para contrarrestar el humo de tabaco que flotaba en la sala de profes. Me enseñó inglés cantando Norwegian wood de los Beatles. Desde entonces entramos y salimos de nuestras respectivas vidas sin pedir permiso y sin candado. Ella es generosa, excesiva, algo lunática, payasa, auténtica y clarividente. ¿A quién no le va a gustar un baptisterio romano del siglo primero? ¿A quién no le va a gustar alguien que se salga de la horma del zapato con esa naturalidad? ¿A quién no le va a gustar tener una amiga como Pili?
Engracia y Oscar volaron al sur. Se alojaron en un hotel de la familia de
Oscar y en pocos días se habían movido tanto como nosotros en un mes y medio.
El Teide, La Gomera, Candelaria, las Mercedes y Santa Cruz. El día que nos
vimos les acompañamos a La Laguna y algunas partes del norte que no conocían. Tras
visitar el Jardín botánico del Puerto de la Cruz con la bióloga más entusiasta
del mundo ya nunca más confundiremos las palmeras washingtonias de las
canariensis, ni nos sorprenderá el tamaño de los ficus en esas latitudes. Después nos acercamos a la Playa jardín y fuimos
testigos de una puesta de sol gloriosa. Regresamos agotados pero felices.
Engràcia había acompañado a mis hijos a la cena de entrega de premios del
concurso El laurel, en Sant Feliu, a la que yo no pude acudir, y me trajo el
libro con los relatos seleccionados. Ella filmó el video con las lecturas que
hicieron Sara y Carlos, cuya visión me han producido una de las mayores
emociones de los últimos tiempos. Ese día, mientras yo estaba en pijama tirada
en el sofá, los "niños" y Engracia bebían y se lo pasaban bien en esa
cena. Me encantó eso de disfrutarlo por persona (s) interpuesta(s). Siempre me
gustó escaquearme.
Alguien con tanto carisma y tesón no se deja intimidar por una isla con
condiciones meteorológicas variables, y si les avisan que no pueden subir al Teide
por viento pues se busca y encuentra una montaña menor a la que subir. Así lo
hicieron, sacándole todo el jugo a la experiencia como ella sabe hacer de
maravilla. Otra amistad resistente, maleada entre alumnos y reuniones de profes
y confirmada en encuentros en el Ateneu, donde fue a recoger el premio que no
pude recibir. Engracia forever.
El penúltimo fin de semana recibimos a Espe y Marisol. Las últimas
visitantes, que trajeron consigo un germen de fiesta que se fue dispersando por
donde pasaban. La noche en blanco nos recibió con sus espectáculos callejeros
en La Laguna y las luces navideñas recién encendidas. En Candelaria nos topamos
con un concurso de bandas municipales y un precioso belén gigantesco. Y en
Bajamar vimos mujeres vestidas con el traje tradicional en la fiesta de una
ermita. Y es que ellas son muy fiesteras. Pero mucho. Las dos son compañeras de
la facultad de biología, pero tienen muchas otras facetas, entre ellas una vena
artística disimulada bajo una capa de rigor científico. Marisol es canariona pero
estudió un año en la Laguna antes de venirse a Barcelona. Se había introducido
en círculos de teatro y artisteo durante ese año y resultó que tenía un amigo común
con Cristina, la propietaria de nuestra casa que es artista plástica. Le llamamos.
Lo localizamos, y Luís se vino a pasar la tarde con nosotros. Nos dejamos
envolver con sorpresa y alegría por el pañuelo del mundo.
El cariño que siento por Espe y Marisol no tiene ningún mérito. Es orgánico y natural agradecer todo lo que dan y todo lo que son. Un lujo de mujeres y de amigas
Ya solo nos quedaba una semana, que se llenó con despedidas, paquetes y
últimas veces.
La comida de despedida con los de la casa fue muy entrañable. Cristina,
Luca, Alessia, Quique, yo y los tres perros rondándonos. Al final no pude
evitar que se me cayeran unas lágrimas al marcharme de ese pequeño paraíso que
había sido nuestro hogar durante dos meses.
Como introvertida sociable que soy, necesito relacionarme en la misma medida
que recuperarme con momentos de soledad. Este viaje ha tenido las dos cosas con
las dosis exactas para sentirme equilibrada y plena.
Esta crónica es una apología de los vínculos. Un homenaje descarado y sin remilgos a todos los amigos y familiares que han hecho el esfuerzo de venir a vernos. Lo he escrito para ellos. Para agradecer su cariño. Para celebrar su cercanía. En especial lo dedico a Quique, compañero de una vida y con quien tan bien lo he pasado en esta aventura. Hemos conseguido hacer realidad nuestro proyecto de volver a Tenerife.
Dice la autora que he mencionado antes:
“El secreto de la vida no es sino mantener relaciones y amistades
estrechas, buenas y duraderas” resumió el profesor de Psiquiatría de Yale
Charles Barber. Tener un grupo de personas a las que quieres y te quieren
durante toda la vida.”
Me fui lejos para tratar de vivir en otra piel, para inventarme un nuevo
personaje, y vinieron los que me quieren para recordarme quien soy. Quienes
somos.
Solo puedo estar agradecida y atesorar este viaje en mi corazón para
echar mano de él cuando lo necesite.
Me gustas mucho tus apuntes isleños, te dan una oportunidad de hablar de muchas cosas y nos has regalado una bonita metáfora, así la he entendido yo, con la montaña del Teide que tienes al lado de casa y nunca visitas.
ResponderEliminarMuy bueno lo de "introvertida sociable", nunca había sabido describir esa sensación que tengo tras estar varios días con personas y esa necesidad de que "se vaya todo el mundo, por favor" :)
Gracias! Respecto a lo de la introversión hay un TED, El poder de los introvertidos, que lo explica muy bien. Es de Susan Cain. También tiene un libro con el mismo nombre. Lo de introvertido-social me lo inventé pero así me siento.
EliminarLa familia, [la natural y la sobrevenida,] para quien la trabaja!. Vuelve pronto
ResponderEliminarVolveré. Volveremos a vernos pronto, lo presiento. Y mientras tanto estaremos ahí, a la distancia elástica del agua sobre la que flotan las islas. (No sé que quiero decir, pero es lo que me ha salido)
Eliminar¡Querida Paz Montserrat! Tus **"Apuntes isleños"** son un delicioso compendio de vivencias que mezclan el vértigo de la aventura con la calidez de lo cotidiano. Es imposible no leerte sin imaginarte como una especie de Ulises moderna, aunque en lugar de enfrentarte a cíclopes y sirenas, te enfrentas a GPS desorientados, perros amistosos y sauces rebeldes que se empeñan en sabotear tuberías. ¡Qué épica tan entrañable!
ResponderEliminarTu relato tiene esa magia de convertir lo ordinario en extraordinario: desde el balanceo persistente tras el ferry hasta los dátiles traicioneros que caen como si fueran proyectiles. Me he reído imaginando a Gala, tu perra, oliendo charcos sospechosos con la dignidad de quien sabe que no todo merece ser marcado. Y qué decir de esos operarios que, entre raíces y cemento, convierten el jardín en un ágora improvisada. ¡La convivencia entre humanos y naturaleza nunca fue tan filosófica ni tan divertida!
Me encanta cómo describes la casa y su entorno como un sistema de círculos concéntricos, cada uno más fascinante que el anterior. Ese "pequeño Edén" que habéis habitado parece una metáfora perfecta de lo que significa encontrar refugio en lo simple: una mesa de ping-pong bajo un techo vegetal, un drago centenario que parece estar a punto de explotar, o esas mangas (¡no mangos!) dulces como secretos bien guardados.
El humor con el que narras tus peripecias es refrescante. Esa lucha existencial contra las cintas de correr del gimnasio me ha arrancado una carcajada: *"Caminar sin desplazarse es una aberración espacio-temporal"*. ¡Amén! Y tu reflexión sobre el caminar como acto meditativo me ha parecido profunda y poética. Sin duda, Rebecca Solnit estaría orgullosa.
Por otro lado, la manera en que entretejes los recuerdos del pasado con las experiencias presentes es conmovedora. Volver a Nanín, reencontrarte con Maite o rememorar los paseos por Santa Cruz son momentos que destilan nostalgia y alegría a partes iguales. Me he emocionado al leer sobre tus hijos frente a esa guardería, como si el tiempo se plegara para mostrarte lo lejos que habéis llegado juntos.
Y qué decir de tus invitados: amigos entrañables que parecen sacados de una novela coral donde cada personaje tiene su propia luz. Desde Maite la monologuista hasta Pili cantando *Norwegian Wood*, pasando por Marisol y Espe, quienes traen consigo un germen festivo inagotable. ¡Menuda tribu tan maravillosa has construido!
Tu crónica no solo es un homenaje a Tenerife, sino también a las relaciones humanas. Ese equilibrio entre soledad y compañía que mencionas al final es algo con lo que muchos nos identificamos profundamente. Quique, tu compañero de vida, merece un aplauso aparte: no todos los héroes llevan capa; algunos llevan trapos para limpiar mesas de ping-pong.
En fin, querida Paz, gracias por compartir este viaje tan lleno de vida, humor y ternura. Espero que sigáis acumulando aventuras así, porque leerlas es como sentarse al sol con una copa de vino y dejarse llevar por una conversación deliciosa. ¡Un abrazo isleño!
¡Muchísimas gracias, Jose Luís! Me ha emocionado la lectura que haces de mis crónicas isleñas. Fíjate que en algún momento, sobre todo en la última crónica, he tenido la tentación de auto-censurarme por querer mostrar unos sentimientos que, aunque reales, podían parecer demasiado almibarados. SIempre me pregunto, antes de escribir, para qué / para quien lo hago. Y me vigilo mucho cuando noto un ramalazo exhibicionista en la intención. ¿ Para qué escribo esto?, me pregunto ¿Para que me admiren? ¿ Para provocar un poco de envidia? ¿ Para que alguien como tú haga una reseña halagadora como esta? Y claro, eso en mi estricta moral calvinista que valora sobre todo la modestia ( falsa o auténtica) , no me deja ante mí misma demasiado voyante. Pero en este caso, pensé: Qué narices, esto lo escribo porque me apetece, porque quiero homenajear a mis amigos, solo para ellos. Total, este blog está escondidísimo, casi nadie llega a él. Les enviaré el link a mis amigos ¡ y chimpón!. Es para ellos y para mis hijos. Así que, con este pensamiento- al que sin duda le ayuda ese cierto reblandecimiento y desmelene que proporciona la edad, y el no tener nada que perder ni nada que demostrar, escribí lo que quise y borré todas las preguntas absurdas que sobrevolaban mi cabeza. Y me alegro, aunque solo sea porque alguien cómo tú ha valorado su frescura y te has reconocido de alguna forma. Lo cual es lógico, pues tú eres uno de esos miembros de mi familia ampliada. ¡Gracias mil!
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