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domingo, 9 de agosto de 2015

Rapa nui (I)

Lejos (París). Más lejos (Santiago de Chile). Lo más lejos (Isla de Pascua). Tres gigantescas zancadas geográficas y aterrizamos en Rapa Nui, el lugar más remoto de la tierra.
En el aeropuerto nos espera Anita, una de las trabajadoras del lugar donde nos vamos a alojar. Nos recibe con unos collares de flores naturales y con una pick up que nos llevará al establecimiento –que en nada se parece a un hotel tradicional- y, tras una bienvenida en forma de  licuado de manzana y maracuyá, a nuestra cabaña. El letrero de madera que cuelga de la puerta con un peculiar nombre grabado (Rito Mata) nos introduce en esa lengua extraña y contundente que sobrevive en todos los carteles de la isla. En ese momento aún no lo sabemos, pero esta “habitación-cabaña” orientada a la costa volcánica se convertirá en una barca a la deriva -a merced del temporal de lluvia y viento- esa misma noche. Así aprenderemos la primera de las lecciones: en esta isla la naturaleza no se muestra en absoluto complaciente con los turistas remilgados, y jamás se expresa con medias tintas. Empezamos a notarlo cuando leemos que el camino que lleva a nuestro alojamiento es una vía de evacuación de tsunamis, y más tarde cuando la tormenta hace saltar la electricidad a las nueve de la noche. Nos aguardan once horas de jet lag a oscuras y con orquesta de viento huracanado de fondo. Nunca me he sentido más solidaria con los náufragos y con los piratas. En mi duermevela he de recordarme varias veces a mí misma que estoy en tierra firme. En los peores momentos imagino que es la propia isla la que flota sin rumbo en medio de un océano inabarcable. Ya tendremos tiempo de constatar, en los días sucesivos, que una de las características más fascinantes de esta diminuta isla situada en el ombligo del Pacífico es que se comporta con una omnipresente “rotundidad” y que no muestra ninguna contemplación con ese insignificante parásito llamado “hombre”.



          Cuando digo diminuta estoy hablando de un triángulo de 15 km de lado. Cuando digo remota me refiero a que estuvimos volando durante 5 horas sin que bajo el avión hubiera nada más que agua. Cuando hablo de rotundidad nombro una sensación que ya había experimentado antes en otras islas: un contacto constante con la geología más arisca, con el yodo de la atmósfera y con el hipnótico no-acabar-de-llegar-nunca del agua que acecha por todas partes. Un someterse y resignarse a los caprichos de la meteorología y a los ritmos naturales que señorean la vida en la isla. Sentí lo mismo cuando viví en Tenerife o cuando visité Lanzarote. Pero aquí parece como si la Naturaleza permaneciera en otro tiempo más antiguo, de la misma manera que la Historia de esta isla se entretuvo en el Neolítico en la misma época en que en  Italia florecía el Renacimiento.
Para no ser menos, yo también llevo cierto desfase. En mis lecturas. Mientras estuve en Santiago de Chile leía sobre la Isla de Pascua; cuando llego a la cabaña me derrumbo en la cama y me pongo a leer sobre la vida de Borges con el fin de  ambientarme para nuestra próxima etapa bonaerense. Un pasito por delante del momento. Como si hubiera sido bendecida con una porción del don de la ubicuidad y pudiera vivir dos viajes simultáneamente, aunque en diferentes fases: uno en fase de lectura, otro en el momento de la vivencia. Y ahora mismo, mientras escribo, cierro el ciclo mágico: leer-vivir-escribir, que triplica el viaje en el tiempo y lo hace más profundo.
Cuando sitúo el Neolítico en el siglo XV estoy hablando de la construcción de los Moais, por supuesto. Y de todas las incógnitas que estas estatuas sugieren a la imaginación y a la ciencia.
A la mañana siguiente del “naufragio en tierra firme” sigue lloviendo. El pronóstico: temporal para todo el día. Al principio, mientras tomamos un desayuno con mermeladas y jugos naturales de sabores impensables (mango, papaya o guayaba), dudamos un poco. Después miramos el paisaje agreste que nos rodea, respiramos esa atmósfera licuada, nos miramos  y-sin apenas decir nada- decidimos alquilar un coche. Si amenaza con jarrear, nosotros amenazaremos con salir. Nos proponemos nada menos que recorrer el perímetro permitido de la isla, con visita a todos los moais y playas posibles. Sabemos, por las lecturas previas, que las estatuas están repartidas a lo largo de toda la costa, y que tienen sus narizotas y las cuencas de sus ojos mirando hacia el interior de la isla en una actitud de protección en la que confiamos ciegamente. ( Continuará...) 

11 comentarios:

  1. Nos has dejado con ganas de leer más. Y vaya nochecita emocionante para sumergirse de sopetón en el carácter de la isla.

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    1. Si , fue lo que se llama una buena "inmersión". Gracias, Puri. A ver qué cómo sigo, que ni yo misma lo sé antes de escribirlo.

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  2. Espero esa continuación con ganas. Maravillosa crònica. Gracias

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    1. Ya tengo el segundo capítulo. Moais a gogó. Gracias, Elena, por pasarte y elogiar.

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  3. Me ha encantafo tu travesía, Paz. Espero que la continúes para seguir disfrutándola. Cinco horas sobre el oceáno... solo agua... qué maravilla bajo vuestros pies. Un abrazo muy fuerte y no olvides nombrarme para no perderme los siguientes. Beso grande.

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    1. Pues todo ha sido gracias a tu sugerencia, así que tómatelo como parte contratante.Abrazo, Laura, te aviso del siguiente fascículo. Abrazo

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  4. Rapa Nui está lejos, es remota, se sitúa en medio del océano. Es otro mundo. Pero en nuestro tiempo, ha sido fotografíada hasta la extenuación. Yo, evidentemente, no he estado allí pero es como si lo hubiera hecho docenas de veces. Es difícil restituir el misterio a algo que ha sido desvelado tantas y tantas veces por el turismo masivo: no sí si queda algo misterioso en la faz de la tierra. La última tribu de Papúa Nueva Guinea o del Amazonas deforestado. Nada. El otro día vi a un niño africano, ataviado con un taparrabos y poco más, manipulando un iPad. Ya nada me sorprende ni me causa sorpresa en el exotismo. Nuestra visión contemporánea ha convertido todo en un dejà vu.

    No obstante, agradezco tu crónica que he leído con placer y espero la continuación aunque presuponga que la noción de misterioso solo, desde mi punto de vista, solo se puede aplicar a lo cotidiano, a lo vulgar, a lo que tenemos aquí delante.

    Me ha gustado tu relato. A pesar de estas digresiones de una mañana perdido en la maraña de los blogs.

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  5. Corrección: no sé si queda algo misterioso en la faz de la tierra.

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    1. Totalmente de acuerdo contigo, Joselu. A veces es mucho más misterioso e interesante lo cercano y habitual que lo exótico y lejano. Y más si te lo han contado tantas veces. Pero ciertamente los monolitos de la isla de Pascua impactan, tienen algo. una especie de seriedad que parece que se burle de todo, no sé...misterios...
      En la segunda parte le quito hierro a ese supuesto misterio. Gracias por pasarte, yo tengo pendiente tus últimas crónicas. Abrazo vacacional

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