Nos despedimos de nuestro B&B con otro estupendo
desayuno y corremos con las bolsas hacia el autocar de Colin, resignadas a vivir
nuestra última jornada del tour.
La primera
parada es la anunciada visita al
castillo de Eilean Donan. Todos hemos pagado ya las entradas menos los tres indecisos madrileños,
que no sabían si querían visitarlo o no.
Parece que hoy se han levantado con un poquito de energía y se atreven a preguntarle
al guía si aun están a tiempo. No, claro que no, pero tratará de conseguir
entradas. Cuánta paciencia.
El castillo de Eilean Donan,
brumoso y enigmático
El castillo-
que ha servido de escenario para muchas películas, incluida una de James Bond-
resulta ser como esas colchas americanas hechas de pedazos de telas: reconstruido
varias veces sobre las ruinas previas, es como un ave fénix que renace constantemente de sus
propias cenizas. Hay restos de la fortaleza de defensa construida contra los
vikingos mezclados con muebles y ventanas emplomadas de estilo victoriano,
incluso una mesa que formó parte del mobiliario de uno de los barcos del
almirante Nelson. Por todas partes hay objetos que dan fe de un pasado
violento: pistolas de duelo, dagas cortas, cuernos de pólvora… y un cuadro de los miembros del clan de
los MacRae bailando como posesos la noche antes de la batalla de Kintail, tras la
cual dejaron 58 viudas. Se exponen los planos de los diferentes castillos que
hay dentro del castillo desde que era propiedad de “los señores de las islas”
hasta el actual caserón que acoge las reuniones anuales de los descendientes de
los MacRae que acuden como si nada desde Canadá, Australia y Nueva Zelanda a
celebrar su fiestorra. Fotografías de niñas rubitas y señores con sus faldas
escocesas atestiguan estos eventos, durante los cuales el castillo se cierra al
público. Nosotras aprovechamos que no están los dueños y nos sentimos como en
casa. Por un momento nos imaginamos presidiendo una recepción diplomática en
esa gran sala con alfombra de cuadros escoceses, elegimos el dormitorio con
mejores vistas o nos dirigimos a la cocina para dar orden a los criados de que
ya pueden servir la mesa.
![]() |
Maria José, princesa moderna
posando en sus aposentos del castillo |
En el viaje
de vuelta se acusa el cansancio acumulado de todos los viajeros, incluidas las
azafatas marchosas. Aunque el paisaje sigue siendo espectacular y a pesar de no
hacer exactamente el mismo trayecto, se hace más
pesado, con un ritmo de paradas menos frecuente que a la ida. En una de ellas nos
adentramos en uno de los magníficos parques
nacionales que tiene el norte de Escocia, un bosque profundo y denso de pinos
autóctonos regado por manantiales y
saltos de agua. Un paseo que nos seda y nos devuelve al autocar como mansos perritos,
dejándonos completamente a merced de la música escocesa de nuestro DJ
particular.
Paramos a
comer en el lago Ness. No buscamos al monstruo porque en el fondo sabemos que
es tímido y no puede soportar tanto turista hortera, pero su fama ha dejado
tras de si un floreciente negocio de fotografías enigmáticas, camisetas horribles
y peluches verdes con las patas a
cuadros escoceses. Yo soy uno de esos turistas horteras que ayuda a la economía
local, pues compro un peluche para mi hijo pequeño.
La vuelta
hacia Edimburgo es una lección magistral de historia de Escocia. Nos quedamos
fascinadas ante la historia de María Estuardo, Mary Queen of Scots. Una vida intensa y trágica que empieza cuando
es coronada reina con menos de un año debido a la muerte de su padre. A los
seis años la envían a Francia para protegerla de los ingleses y allí pasa toda
su infancia aprendiendo idiomas, música y poesía. La casan con el delfín
francés , un niño enfermizo de 14 años, que muere dos años después. La joven
refinada y católica, decide regresar a Escocia donde la requieren como reina y
trata de hacerse un hueco entre los brutos aristócratas escoceses y el intransigente reformador protestante John
Knox. Se lleva a su secretario personal, Rizzo, al que le une una profunda
amistad y complicidad. Acaba casándose con el taimado Lord Darnley, que poco
después asesinará a Rizzo , y con el cual tienen un hijo , James, al cual la
madre casi no podrá ver. El propio Darnley es asesinado y María y su futuro
marido, el conde de Bothwell, son acusados de estar implicados. La reina es
confinada en una isla del Loch Leven .
-And this is the castle where Mary Queen of
Scots was imprisoned- dice el guía en este justo momento de la historia,
mientras vemos a lo lejos el Castillo que hay en medio de una isla del lago que
nos queda a la izquierda. Si lleváramos sombrero nos lo quitaríamos.
Mary
consigue escapar, pero más tarde es capturada y obligada a exiliarse a
Inglaterra con su prima Isabel. Con 25 años tiene que abdicar en su hijo Jacobo
VI de Escocia, que nunca movió un dedo por ella cuando comenzó a ser
considerada una amenaza para el trono inglés. Su prima, la reina Isabel, ordenó
su ejecución en 1587, tras 18 años de prisión.
Nos quedamos
impactadas y sin aliento ante semejante culebrón histórico. Sentimos compasión
por la pobre Mary, y la adoptamos como nuestra heroína particular. Lo que aun
no sabemos es que a partir de ese momento
esta mujer será una presencia constante en nuestras visitas a los palacios y
castillos de Edimburgo. Estaremos en el lugar en el que nació su hijo, en el
que fue coronada, en el palacio donde vivió durante su estancia en Escocia, y
veremos algunos de sus objetos personales.
El viaje
llega a su final, nos acercamos a Edimburgo , que se nos muestra rotunda y
poderosa, con el ubicuo perfil de su castillo recortando el paisaje.
Las Highlands
y la isla de Skye permanecen -salvajes y auténticas - como un telón de fondo en
nuestros pensamientos. El microcosmos del autocar se disuelve. Nos despedimos,
nos apuntamos los nombres de las bandas sonoras que hemos escuchado durante el
viaje, nos deseamos lo mejor. Colin desaparece tras la puerta de la agencia de viajes.
El minibús se queda en la falda del
castillo de Edimburgo, y nosotras nos deslizamos ladera abajo con una nube de
paisajes y vivencias sobrevolando nuestras cabezas.