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viernes, 20 de octubre de 2023

Armas de destrucción doméstica

                                 

Siempre le chocó ese destello marino en la mirada del hijo, tras su linaje de ojos negros. Caprichos de la genética, pensaba. Hasta que una analítica rutinaria revela el grupo sanguíneo del adolescente, incompatible con el suyo. Todo confluye en la terrible sospecha de un engaño. Tan fácil como someterse a un sencillo protocolo.

Frente a su puño apretado, ella jura haberle sido fiel. Abren sus vidas en canal con una saña desconocida. Donan fluidos, se someten a más pruebas. Él ofendido, ella rabiosa. Del chico basta su cepillo de dientes.

A la espera de la cita, la casa es un campo de minas.

Un médico, parapetado tras su mesa gris y su bata blanca, suelta la noticia como quien lanza una granada de mano. Protegiéndose de las esquirlas tras un informe repleto de tecnicismos, les dice que tampoco es hijo de ella. Que lo siente mucho, les parece oír a lo lejos entre una polvareda de palabras absurdas como negligencia, intercambio, pasado, enfermeras y falta de protocolos.

Mientras ellos tratan de sobrevivir a la devastadora explosión, el chaval de ojos azules disfruta probando con un par de amigos las armas de la última versión online de World of Warcraft

 


Con este relato he participado en la convocatoria de Esta noche te cuento basada en la frase de Horacio Non omnis moriar  ( algo así como NO moriré del todo) , aquí 

 

 

 

miércoles, 11 de octubre de 2023

Reseña de Las dos Adelaidas, de Elena Casero

 


Una hija acompaña y cuida a la madre en su tramo final. Durante este trasiego de cuidados en la dirección opuesta a lo natural se pone en marcha una maquinaria hidráulica inesperada: la vida comienza a transitar a través de unos vasos comunicantes que al tiempo que vacían el reservorio de memoria de la madre llenan el de la hija. Menudo temazo.

Tras la enfermedad y la muerte de mi madre, busqué textos que se adentrasen en este tema para intentar arrojar un poco de luz a la devastación que sentía. Quería que otras mujeres me hablaran de lo que ocurre cuando la hija se convierte en madre de su propia madre. Siendo una vivencia tan importante y tan común, pensé, apenas se menciona, no hay estudios. ¿Qué pasa cuando la madre, esa referencia que es a la vez un espejo, un tótem y en muchas ocasiones una fuente de conflictos para la hija, necesita ser cuidada en su decadencia, ser acompañada en su tramo final? ¿Dónde están el manual de instrucciones? Sospecho (por mi experiencia y por mis lecturas) que la relación hija-madre es de una naturaleza aparte, que las pasiones que la pueden atravesar en ambos sentidos (lealtad, amor-odio, competencia, amor desinteresado, abandono, culpa, sacrificio, libertad versus control…) tienen tal contundencia que traspasan la piel, las vísceras y la personalidad. Ese apego feroz, como decía Vivian Gornick, tan diáfano como ambivalente. En ese momento vital cambian las ternas y se produce un movimiento sísmico en la familia que remueve relaciones fraternales, roles, secretos y recuerdos. También replantea la identidad de cada uno de sus miembros, a quienes les sobrevienen preguntas antes insospechadas: quién soy yo, quién es ella y quien fue ella antes de mí, qué significa cuidar, cómo sobrellevar ese dolor. Y para rizar el rizo, la percepción de la hija de que en unos años será ella la que esté en la situación de indefensión en la que ahora se encuentra su madre.

Todo esto nos lo ofrece Elena Casero en su libro Las dos Adelaidas. Y aunque el embrollo psicológico asociado a este asunto es muy complejo, ella consigue convertirlo en algo fluido, entrañable y verosímil. Y lo más difícil: con unos estupendos destellos de su sentido del humor. A través de fotografías y diarios, Elena nos lleva de la mano a contemplar el interior de tres mujeres que hablan de otras mujeres en una continuidad de muñecas rusas. Consigue una convincente simbiosis entre el paisaje exterior de la casa y el barrio (“Un sábado dócil, sin ruidos, un sábado de ropa blanca en los tendederos, de nubes chicas que salpicaban del cielo”), y el paisaje interior de la protagonista. Con las dosis exactas y terapéuticas de ternura, naturalidad y franqueza, pero sin esquivar las sombras (“Nuestra tristeza pesaba tres o cuatro toneladas”, “la escalera era un hueco de silencio, un animal en lento proceso de descomposición”). Especialmente meritorio es el tratamiento sobre la relación entre las dos hermanas (otro temazo sobre el que apenas he encontrado literatura, a destacar el delicioso cuento de Claire Keagan titulado precisamente Hermanas).

Mientras acompañamos a la protagonista en ese tiempo detenido a la fuerza por los cuidados, los secretos y el descubrimiento de toda una historia familiar, conseguimos adivinar el puzle completo. Somos testigos privilegiados del andamiaje de las relaciones, de los recelos, de las oportunidades perdidas y también de los afectos auténticos. Todo enmarcado en una época color plomo, un tiempo de corsés reales e imaginarios para las mujeres.

El acompañamiento a una madre tiene algo de despojamiento, de desnudarse a una misma y a la estructura familiar que con tanto esfuerzo se ha apuntalado. Me da la sensación de que la autora, en este libro, se desnuda ante nosotros y nos muestra de paso nuestra propia desnudez. ¡Gracias, Elena, por este libro tan delicioso!

PD: algunos de los libros que leí tras la muerte de mi madre: La hija de la amante ( A.M Homes), Con mi madre ( Soledad Puértolas), Acerca de mi madre ( Mary Gordon), Apegos feroces ( Vivian Gornick) y Madre mía ( Florencia del Campo) Muy recomendables los tres últimos.

A falta de hacerme con los libros Madres e hijos, de Kallifatides, y Paseos con mi madre de Javier Pérez Andujar, lo que me ha ocurrido con algunos libros de otros escritores varones acerca de sus madres es que me parece que testimonian su adoración por una madre casi angelical, un personaje tan idealizado, tan descarnado, que no convence. O que no me han convencido a mí. Tengo la impresión de que estos dos me pueden hacer cambiar de opinión.

 


jueves, 17 de agosto de 2023

Maggie medio-ahorcada, casi una historia de fantasmas

 


Dicen que J.K. Rowling no se inventó los nombres de todos sus personajes de la saga de Harry Potter, sino que se limitó a copiar y combinar algunos (Thomas Riddle, William McGonagall, Elizabeth Moodie) de entre los que veía inscritos en las lápidas de Greyfriars, el cementerio situado en el centro de Edimburgo. En el recorrido hasta su casa desde The elephant house, la cafetería donde escribía largas horas por el precio de un té, es muy posible que pasara cerca del pub Maggie Dickinson’s.  Seguramente habría escuchado la historia de Maggie medio-ahorcada, junto a otros muchos de esos cuentos lúgubres que constituyen la dieta básica en la educación sentimental de los niños escoceses. Y tengo para mí que puede haberle servido de inspiración para uno de sus fantasmas más logrados: el bueno de Nick Casi Decapitado.

 El sugerente universo de lo casi-vivo, medio-muerto, que a veces se presenta de forma diáfana en los sueños, tiene su impecable historia basada en hechos reales en la vida de Maggie Dickson. 

Maggie era una chica a quien la suerte la fue esquivando con mucha aplicación a lo largo de toda su primera vida. Fue abandonada por su marido. En 1723 eso te convertía en una apestada. Huyó de Edimburgo y al cabo de un tiempo se enamoró del hijo de la posadera que la empleó. Otra cosa que no estaba demasiado bien vista en esa época era el adulterio, así que cuando se quedó embarazada intentó ocultar su estado con fajas y corpiños bien apretados. La mala suerte seguía rondándola, y su hijo nació muerto en un parto prematuro ( o murió al poco tiempo, no se sabe).  Cuando intentó hacer desaparecer la prueba del delito echando el cadáver al río Tweed, fue sorprendida y denunciada.  No se la denunció por adulterio, ni por la sospecha de que lo hubiera matado ella, sino por ocultamiento del embarazo. Fue condenada a la horca.

Hasta aquí nada fuera de lo normal en ese contexto. El día 2 de septiembre de 1724 la gente se agolpaba bajo el cadalso en la plaza Grassmarket. Los muertos eran muy apreciados en aquel entonces por los estudiantes de medicina para sus prácticas de disección ─y los ahorcados eran una fuente legal de esa materia prima─, así que cada vez que había una ejecución pública se iniciaba una batalla campal entre los estudiantes y los familiares de la víctima por hacerse con el cadáver. Esta vez la familia y los amigos de Maggie consiguieron arrebatar su cuerpo de las manos de los futuros médicos para meterlo en un ataúd de madera, subirlo a un carro y empezar a recorrer las cinco millas que les separaban del cementerio de Musselburg, la ciudad natal de aquella chica con tan poca suerte.

A mitad de camino pararon en un pub a descansar y refrescarse con unas pintas. Dejaron el ataúd afuera, vigilado por uno de los amigos. Cuando éste vio que la tapa se movía y salía un débil gemido de su interior debió pensar que sufría alucinaciones. Pero avisó a los demás, abrieron la caja y vieron que Maggie estaba tan viva como ellos, incluso parecía más sonrosada y saludable que ellos en aquel momento. Por muchas conjeturas que hagamos nunca sabremos si Maggie conocía al verdugo y le convenció para que atara un lazo más flojo, si su poca envergadura ayudó a que no se rompiera el cuello, o si de repente La Suerte fue consciente de que se había pasado con aquella criatura y le quiso compensar tanto ensañamiento con un giro de guion que siglos después haría las delicias de cualquier guía turístico de Edimburgo.

El caso es que Maggie continuó el trayecto caminando por su propio pie. A partir de ese momento la suerte se puso de su lado y decidió malcriarla bastante. Gracias a eso consiguió esquivar una segunda ejecución ( la ley escocesa prohibía castigar a una persona dos veces por el mismo delito, sólo le habían condenado a la horca, no a la muerte en la horca…), tuvo hijos, una cervecería, y vivió cuarenta años más de una fecunda segunda vida, con la estupenda autoestima que debe proporcionar haber dado semejante esquinazo a la muerte. Nótese, por si se pudiese sacar alguna conclusión, que suerte rima con muerte.

Dice la leyenda que acudía a las ejecuciones en Grassmarket y animaba a los reos gritándoles: “No es para tanto”. Esto demostraría una sobredosis de autoestima rozando lo patológico, pero ya se sabe que malcriar a la gente puede crear monstruos.

En la misma plaza de Grassmarket, enfrente de donde medio ahorcaron a Maggie Dickson, está el pub que lleva su nombre. Maggie murió por segunda y definitiva vez alrededor de 1760, pero a todos los que sabemos de su historia nos parece que está muchísimo más viva que cualquier otro muerto de aquella época. Y quizás ese sea mérito suficiente para que alguien se gane su derecho a seguir transitando ese estadio intermedio entre la vida y la muerte característico de los fantasmas.

Por cierto, si observáis la foto nocturna del pub que hice en mi último viaje veréis que mientras su nombre luce nítido y poderoso, los turistas que pasan por delante aparecen indecisos y traslúcidos como espectros. 

lunes, 14 de agosto de 2023

Paisajes de Escocia

 

Hemos pasado una semana dando una vuelta por Escocia. He visto unos paisajes impresionantes, espectaculares y muy fotogénicos, pero solamente me apetecía sacar la cámara para registrar el paisaje humano de esa ciudad del norte en la que ya viví un verano. Aprovechando la aglomeración de gente en Edimburgo, debido a su festival, me lancé a la caza mayor. Mi propósito era acercarme lo más posible a las especies más interesantes y exóticas. El camuflaje era la propia multitud. La cazadora que llevo dentro, supurando adrenalina, consiguió algunas piezas de lo más apetitosas. Ñam, ñam. Cada personaje lleva incorporada una historia. Yo todavía no me he parado a inventarlas, pero aquí están las imágenes, esperando ─todo el tiempo que sea necesario─ a ser transformadas en otra cosa. 

















sábado, 8 de julio de 2023

Vida mamífera


                            Gala relamiéndose ante este gigantesco recipiente de agua


En nuestra recién estrenada jubilación, hemos inaugurado un entretenimiento que consiste en jugar a las casitas. Los días previos a cada una de las escapadas de este primer año “no productivo” me dedico a hacer un estudio inmobiliario de la zona: busco casas con jardín, comparo precios, elijo una y concierto una cita con el agente inmobiliario de turno. Mi marido acepta mi delirio con resignación, y de esta manera incorporamos esta visita como una actividad turística más del viaje. Así, de forma gratuita y juguetona, imaginamos nuestras vidas en ese entorno y fantaseamos con una manera alternativa de convertirse en seniors. No es lo mismo ejercer de jubilado en una zona montañosa, que en un pueblo rural o en una urbanización de playa. Esperamos, con ingenuidad de niños, que en uno de estos intentos una detonación efervescente acompañada de música celestial nos confirme que estamos ante la casa en la que desarrollaremos nuestra nueva identidad. Lo peor es que no estoy segura de querer comprar otra casa.

En este último viaje, tras sufrir varios malentendidos con el GPS, llegamos a la casa que la pareja que nos recibe construyó a partir de un granero. Está en el límite de un pueblo que parece sacado de una infancia ajena. Al entrar a la casa desde el jardín les preguntamos si dejamos a la perra fuera o la podemos entrar. Ella nos dice que la entremos. Mientras le saca  un recipiente con agua  apostilla que a ella no le gustan los perros ni los niños. Y añade que si pudiera decidir ahora no hubiera tenido hijos.

-Decir eso es muy valiente por su parte-le digo

- ¿Por qué?

-Por que habrá mucha gente que lo piense, pero no se atreva a decirlo.

Entramos. Nos enseña la casa. Se percibe que la han construido con mucho cariño. Bajo la supervisión y los planos que diseñó ella, nos comentan. El marido nos saluda, hace bromas. Resulta que ellos vivían cerca de donde vivimos nosotros. Se establece una cordialidad fluida y extraña. Se vinieron a trabajar aquí cuando él estaba por jubilarse. Al principio, de alquiler. Nos cuentan que tuvieron la taberna del pueblo durante unos años. Que ella cocinaba, aunque solamente lo que le gustaba. Los callos y las anchoas en aceite se convirtieron en una leyenda en toda la comarca.

La última habitación tiene vistas a un paisaje inacabable, pero en primer plano vemos y olemos una granja de cerdos. Nos gusta la casa para el precio que tiene, pero no acuden a cantar los arcángeles, solo los pájaros. Al subir a la buhardilla revestida de madera, con muchas posibilidades, se me ocurre preguntar cómo es que la quieren vender. Y entonces nos dicen que hace seis meses se les murió un hijo. A continuación nos sacan una foto del chico con sus dos hermanas. Todos los ojos se anegan y un temblor sísmico recorre la conversación de arriba abajo. Los nietos les necesitan. La situación reclama que regresen. Tienen que vender la casa.

Nos vamos hacia la casa rural donde nos alojamos. Durante el trayecto no me quito de la cabeza a esta mujer desolada y risueña a quien no le gustan los perros ni los niños, pero los trata como seres sagrados. Pongo mentalmente en fila a mis hijos y paso lista. Todos contestan: ¡presente!  Las dificultades que puedan tener en la vida son todas reversibles e insignificantes, me digo. No quiero seguir por ahí. Es fácil que las cosas se desmoronen por dentro si no se apuntalan bien. De repente siento frío.

Al día siguiente, mientras leo un libro en el jardín, oigo a los niños de la casa que arman jaleo. Están fuera de la jaula de los conejos. Un niño y una niña casi albinos. Sus padres son belgas. El niño es muy expresivo y tiene acento maño cuando habla con nosotros, supongo que flamenco cuando habla con sus padres. Me acerco a ver qué ocurre.

Acaban de darse cuenta de que la coneja ha tenido hijitos. Hay dos criaturas oscuras y diminutas forcejeando por acercarse a la madre. “Haciendo la croqueta”, dice el niño. La madre de los niños rubios entra en el recinto y mira dentro de la casita-nido.  Hay seis crías más ahí dentro. Un amasijo de vida palpitante. Encontramos otra arrinconada entre la casa y la malla metálica. La coneja está nerviosa y se mueve de un lado a otro. Ignora a la cría que hace la croqueta intentando enderezarse.

La propietaria está sorprendida y desolada porque dice que pidió que le aseguraran que le vendían dos hembras. No quería más conejos. Solo estas dos para sustituir a la coneja que tenían antes como mascota, que también estaba preñada pero que la mataron unos perros cazadores que aparecieron una noche desquiciados. Los intentaron espantar durante toda la noche, pero a las cuatro de la mañana entraron en la jaula. El niño me dice: yo lloré durante dos días enteros. El cazador vino a pedir disculpas al día siguiente. Solo disculpas trajo, y no eran muy convincentes. Se desplazaron doscientos quilómetros para comprar estas dos hembras. Otro huésped dice que seguramente ya vendría preñada.

A la mañana siguiente, antes de empezar a recoger todo, me acerco a la jaula y veo que una de las conejas está metida en una jaula más pequeña, separada de la coneja-mamá y comiendo una zanahoria. Robin, el padre de los niños rubios, me dice que resulta que es un macho porque esta mañana estaba intentando montar a la hembra. Se oye movimiento dentro de la casita. A ver cuántos sobreviven, me dice con una sonrisa mansa y resignada.

Nos vamos. Dentro de mi cabeza se enreda todo en un abrumador nudo de vida expectante y mamífera.

jueves, 29 de junio de 2023

Una enigmática compañía

 


Sale del museo bajo una gabardina. Un retrato pintado sobre madera de álamo blanco. El retrato contiene una sonrisa. La sonrisa baja escalinatas de mármol y atraviesa puertas. Nadie detecta esa extraña silueta poliédrica.

El discretísimo ladrón deposita el botín sobre la mesa del oscuro apartamento. Lo contempla, extasiado. Trata de interiorizar el gesto de la mujer. Se diría que ambos se conocen desde siempre.

Entretanto, los falsificadores intentan colocar copias indistinguibles a millonarios distinguidos. Los responsables se encierran para investigar y digerir su vergüenza. Los parisinos se preguntan para qué cerrarán la jaula una vez el pájaro ha volado. Los periodistas resoplan al ritmo vertiginoso de sus máquinas de imprenta.

A lo largo de dos años, visitantes de todo el planeta acuden a observar el rectángulo cuyas esquinas custodian cuatro pernos desolados. Llegan atraídos por esa ausencia inconmensurable, por ese trozo de pared que ha dejado de sonreír.

Mientras, el inmigrante italiano continúa deleitándose con su obra maestra de compañía en la misma orilla del Sena donde la robó. Ignora que, al retener el retrato de su paisana Lisa Gherardinni, transforma este pequeño cuadro casi desconocido en un vórtice hacia el cual todos nos precipitamos desde entonces sin remedio. 



Este texto participa en el concurso de Esta noche te cuento, bajo el lema Homo solitarius, vel est deu , vel bestia, Aquí en el blog.

domingo, 11 de junio de 2023

Feroz en tres dimensiones (lo primero, darle al video y ampliarlo)


 


Durante este curso he asistido a las clases de fotografía de autor que daba la fotógrafa Espe Pons en Molins de Rei. Mi proyecto ha consistido en convertir uno de mis microrrelatos en imágenes. Elegí Feroz porque el texto había ganado un certamen en mi ciudad de acogida ( en el marco del Festival de Terror y Gore de Molins de Rei). 

Ha sido emocionante y muy divertido intentar fotografiar caperucitas y lobos en los alrededores.  Imposible hacerlo yo sola. He involucrado a toda mi familia y a unos cuantos amigos. Gracias especialmente a Ana, Sara, Esteban, Cristina, y los niños María, Martí, Aina y Martina, por su paciencia. Y , por supuesto, a Espe y a mis compañeros de curso, Javier, María, Mercè y Pablo, que me han ayudado a fondo perdido y con los que he aprendido un montón. 





Con los cinco proyectos hemos montado una exposición en el museo de Molins de Rei bajo el nombre de Dèria, porque todos los proyectos están teñidos con un aire obsesivo e irreal.




Para acabar el recorrido de esta aventura Miquel Llobera, de Enveualta, ha puesto voz al texto y ha grabado este magnífico video. 

Ahora, además de leerse,  mi cuento se puede ver y escuchar. 

Yo estoy muy contenta, y lo único que se me ocurre es volver a agradecérselo a todos los que me han ayudado a conseguirlo. 

Cada vez me gustan más las cosas que aparentemente no sirven para nada, pero que nutren algo interior liviano y redondo hasta convertirlo en una pequeña burbuja de alegría. 

Abajo, un par de fotos de la exposición: familia y compañeros.  


 


Y las fotos que seleccionamos para la exposición