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Metamorfosis , Escher |
La
última vez Linda adoptó una zapatilla. Eligió una azul marino, de fieltro, con un
ramo de flores bordado en el empeine. Aunque la zapatilla era suya, en esa
ocasión a Elena no le importó perderla. Era capaz de comprender perfectamente
lo que sentía la perrita. A ella también le hubiera apetecido cuidar de algo
cálido y suave y, como Linda, aislarse en la esquina de alguna habitación aferrada
a ese objeto blando. Un peluche relleno con semillas de alpiste podría servir.
Compartía
con el animal un completo desinterés por cualquier cosa que no fuera la
observación minuciosa de todo lo que ocurriese bajo su piel: la cadencia lenta
que duplicaba su corazón en el vientre y en las sienes, el tránsito sinuoso de
sus fluidos por los meandros azules que la recorrían, los crujidos con los que
sus vísceras confirmaban su existencia y los nuevos volúmenes que cada mañana
sorprendía en los lugares más insospechados de su cuerpo.
En
los anteriores embarazos psicológicos, la perra había tenido todo tipo de
conductas maternales mal encauzadas, como excavar un agujero en el jardín para
refugiarse y esconder a los futuros cachorros (que luego inexplicablemente se
desvanecían como el humo), permanecer junto a un cojín del mismo color ocre
que su pelaje, o mostrarse inapetente y agresiva si su retiro y sus manías no
eran respetados.
Elena
hizo lo posible para aliviar las mastitis de Linda con paños húmedos y para
satisfacer sus antojos de perrita desorientada, dándole la razón en todo y
mimándola como si en realidad fuera a parir una enorme camada de pastores
afganos.
Tras
muchos intentos, en los que Elena intervenía personalmente eligiendo a los
pastores afganos de más pedigrí y alcurnia, el veterinario confirmó que la
perra no se dejaba montar de ninguna manera, y la insistencia inicial de Elena
para que le hicieran una fecundación in vitro se vio interrumpida por el éxito
de su propia gestación.
Por
eso, cuando se dio la coincidencia de que iba a compartir todas las vivencias
de su primer y deseadísimo embarazo con el enésimo falso embarazo de su
mascota, no pudo evitar sentir por ella un afecto y una cercanía más propia de
una relación entre hermanas o amigas íntimas.
Las
semanas transcurrían, las venillas se ramificaban bajo la superficie traslúcida
de sus pieles, la indiferencia hacia el mundo exterior aumentaba, ambas sufrían
pequeñas pérdidas de leche, y una oleada de lánguido sopor recorría sus
cuerpos cada vez con más frecuencia, proporcionándoles una inaudita sensación
de sosiego y de poder. Los ojos amarillos de Linda contemplando con ternura a
su ama confirmaban la feliz compenetración.
El
idilio continuó hasta el día que Elena tuvo que acudir a que le hicieran la
primera ecografía.
Ella
estaba convencida de que llevaba una niña. La llamaría Clara. Ya había visitado
cunas y ropitas en estimulante rosa. Ya había visualizado toda su trayectoria
con ese bultito que le crecía dentro: cantándole nanas, llevándola al parque,
su primer día de cole, acompañándola a los cumpleaños de sus amigas, siendo su
confidente de amores despechados en la adolescencia, y hasta se había visto
soltando unas lagrimitas el día de su boda con ese arquitecto tan bien
plantado.
Al
principio todo fue bien, aparte de un ligero nerviosismo tras la noche de
insomnio. La camilla blanca, el trapo de color verde aséptico con el que se
cubrió el pubis, el sobresalto de su terso vientre ante el frío gel, la sonrisa
de la ginecóloga al escuchar los latidos del corazón, y esa mezcla de
cansancio y emoción que había invadido su cuerpo desde la primera falta. Pero
la sonrisa de la doctora se detuvo en una mueca difícil de catalogar en cuanto
la terminal que recorría su vientre mostró la primera imagen en el monitor. La
doctora se disculpó y fue a buscar al jefe de su servicio, que acudió con otros
dos ayudantes curiosos.
Elena
supo enseguida que algo no andaba bien y en un minuto se mentalizó para asumir
un embarazo múltiple, al fin y al cabo era un riesgo del que ya le habían
avisado cuando le inyectaron los embriones. Pero lo que le dijeron, tras
deliberar en un lenguaje médico incomprensible y después de muchos paseos con
la espátula electrónica alrededor de su ombligo, no estaba al alcance de su
imaginación. Nadie está preparado para escuchar según qué cosas y para ella fue
muy difícil aceptar que en el interior de su cuerpo estuviera creciendo algo
diferente a su preciosa bebita sonrosada y pelona. Algo así como contra natura,
le pareció oír.
Las
reuniones se multiplicaron, los especialistas en consejo genético le explicaban
las posibilidades, aunque confesaron no entender la causa. Una aguja larguísima
perforó su blanca barriga para intentar obtener algo tan íntimo como unos
cuantos cromosomas… La palabra “aborto” se repetía con demasiada frecuencia en
las charlas con los doctores.
Tras
un momento de vértigo, y sabiendo que arriesgaba su tranquilidad y su salud,
Elena decidió seguir hasta el final. Tan grande había sido su deseo de ser madre
que no iba ahora a mostrarse remilgada y rechazar lo que el destino parecía
tener reservado para ella. Los médicos no se hacían cargo de lo que pudiera
ocurrir.
Elena
volvió a casa. Continuó con su rutina y con su ensimismada contemplación de
varices y fluidos durante unos meses más. Linda le hacía compañía y le confortaba
como nadie.
El parto se
desencadenó tan rápidamente que no le dio tiempo ni de salir hacia el hospital.
Se tendió en el sofá ante la mirada cómplice de Linda, y acomodó almohadas y
toallas blancas bajo sus caderas y entre las piernas abiertas. Seis tremendas
contracciones. Dos por cada uno de los seres que expulsó envueltos en los
restos de una telilla sanguinolenta y gris.
Linda
acudió a lamerle. Primero la cara, y a continuación se acercó a la zona donde
estaban las toallas y se encargó de retirar, agarrándolos por la piel posterior
del cuello, los tres cuerpos diminutos y peludos que su ama había parido. Cortó
los cordones umbilicales, se comió la placenta, los lamió de arriba abajo y se
los acercó feliz y cansada a sus dos filas de mamas que ya empezaban a gotear
leche con renovado entusiasmo.
Este relato es uno de los incluidos en mi libro Hormonautas ( Editorial Nazarí). Corresponde a la hormona Progesterona: "Hormona femenina producida por
los ovarios. Presente durante todo el embarazo y predominante hasta el momento
en que se restablecen los ciclos menstruales tras el parto".