7 de junio 2013
Me
dice que ha dormido fatal. Que se acostó indignada de leer unos anuncios del
periódico en los que anunciaban la venta de joyas a 10 euros al mes. Que
alguien se beneficiaría de ello y que no era momento de engañar a la gente con
la crisis que había. Que la gente pensaría: total, por 10 euros… Pero luego, a
la hora de la comida me enseña que compró, hace un tiempo, un pack con siete
relojes de pulsera, por el mismo método. Me los enseña, me cuenta que solamente le costaron 59 euros,
y que son bonitos, uno para cada ocasión. Me pide que elija uno. Parecen de
bisutería, algo cursis. Con media sonrisa traviesa proclama: ¡Es el único
capricho que me he dado en 80 años!
Ese
mismo día llama a su hermana Luisa y le explica que lo pierde todo y que reza (
ya no hace otra cosa últimamente, le dice )para que Dios le acerque al sitio
donde está lo que ha perdido. No le pide algo fácil, como encontrar el audífono
en el bolso, sino que le oriente hacia la habitación donde está y ella ya lo
encontrará. Nos reímos cuando le sugiero que puede proponerle a Dios el juego de “frío, frío , caliente,
caliente”

Algo que siempre me produjo
admiración en mi madre fue la relación tan contundente y fluida que establecía
con los objetos. Ante ella, los objetos se doblegaban, claudicaban, de dejaban
moldear, olvidaban su antigua rigidez y adquirían una ductilidad rendida a la
voluntad de esas manos habilidosas e inteligentes. Nada era imposible para esas
manos. Todo era un reto. A mi madre le gustaba “discurrir”, como ella decía. Y
sus manos discurrían con ella. Diseñaba y cosía nuestra ropa como nadie, aprendió a cocinar cuando se casó y
superó a todas sus conocidas enseguida. Montaba estanterías y arreglaba grifos. Siempre sabía dónde estaban los mejores saldos. Confeccionaba cortinas, faldas
para la mesa camilla o mantones llenos de puntillas para todos los bebés que
iban naciendo en nuestra extensa familia y las de sus amigas. Una vez, cuando
éramos pequeñas, diseñó, cosió y montó una tienda de campaña india de tamaño
natural para que jugáramos en el terreno del chalet.
Como le sobraba creatividad, para la siguiente generación montó la casita de muñecas. Me puedo imaginar cómo debió de disfrutar mi madre mientras colgaba cortinas, lacaba muebles y se las ingeniaba para reconstruir a escala todos los complementos de un hogar. Asomarse a esa casa era como jugar a ser Alicia, como meterse dentro de una muñeca rusa. La miniaturización del cariño y de la habilidad. Mis dos hijas jugaron muchas horas en esa "casa dentro de la casa", en ese hogar minúsculo que les había construido su abuela.

En las sucesivas visitas a mi
padre tras la muerte de mamá, he ido desmantelando lentamente el universo de
objetos que asoman por los cajones y que ahora, desvalidos, carecen de razón de
ser. Me miran, desconcertados. Y yo no sé darles una explicación. Entre otros, están los
siguientes: un anzuelo para pescar la ropa que se caía del tendedero al patio
interior del edificio y así no molestar a los vecinos, un aparato para hacer un
cilindro hueco en el interior de las manzanas y asarlas con el azúcar dentro,
un relleno de espuma para que no se le quedase el sujetador “teticojo” después
de la extracción del tumor en la mama, singles de Rocío Durcal y de Mama’s and
the papa’s , una caja de herramientas bien surtida, varias máquinas de coser,
muchos hilos, bisutería y oro. Restos de telas y puntillas para hacer los
edredones, o las fundas de almohada, o las faldas para mesa camilla o las
ropitas para los bebés que nacían. Dedales, fotografías y postales en sepia de
cuando todavía no era nuestra madre. Pinzas para las cejas, rulos, medicinas y
la insulina para la diabetes que se le desencadenó por la cortisona que tomó para deshinchar las
metástasis. Aire de Loewe, también Nenuco. Tijeras. Recetas de Arguiñano. Estampitas. Y todas las fotos de sus nietos.

Esta es la casa de muñecas que regaló mi madre a mis hijas, y cuyo interior amuebló, vistió y decoró. En los detalles (muebles pintados por ella, cuadros en miniatura con fotografías de los nietos, alfombras a medida...) es donde mi madre nos sigue haciendo un guiño, tantos años después. Intensas y largas horas jugadas en su interior, otro hogar en el que vivieron de niñas, y que acabamos de recuperar estas Navidades.
Aquí debería añadir la impresión que me produjo vaciar su piso de Zaragoza para poder alquilarlo. Lo escribí en carne viva durante el viaje de vuelta en tren. Y lo publiqué en otra entrada, "Exterminio", que enlazo aquí.