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domingo, 19 de julio de 2015

Historia del Arte

Polisello, 1997
Las casullas, bordadas con oro y sedas policromas, lucían ligeramente herrumbrosas. Los rostros de los ángeles estaban carcomidos por una viruela irreverente. La lápida de alabastro con inscripciones en hebreo, latín y griego, en cambio, resistía el paso de los siglos con dignidad.
Dejo constancia de cómo encontré todo al llegar, para que la historia no atribuya solamente al paso del tiempo el deterioro que han sufrido las piezas del museo catedralicio desde que mi enemigo logró acceder al antiguo dormitorio de los canónigos, donde se guardan los más preciados tesoros.
Digerir el arte e interiorizar sus motivos a veces cuesta una vida.
Con él desaparecerán secretos de obispo, tapices góticos y la geografía de las diócesis más antiguas. Su principal objetivo han sido los códices y los manuscritos medievales. El bocado más  sabroso: un pergamino que olvidé una noche en el taller de restauración. Con el retablo de la transfiguración ha conseguido mantener sus incisivos bien afilados. La lápida trilingüe siempre se le resistió.
Por fin ha sucumbido. Tan saciado estaba que he tenido que recurrir al Emmental. Atrapado entre los hierros, me mira con ojos desorbitados.
Y no sé qué hacer con ese compendio vivo de Historia del Arte.



Este relato ha recibido una mención en la propuesta dedicada a los "monstruos" de Esta noche te cuento aquí.


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