Lo
primero que se preguntó al sentirse golpeada por su halitosis fue cuánto tiempo
haría que no era besado por una hembra. Entonces, retirando el torno de su
muela, se quitó la bata blanca y besó al fauno inaugurando así una Era.
lunes, 31 de diciembre de 2018
domingo, 2 de diciembre de 2018
Zoom
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Vanessa Bell Interior with a table (1921) |
Tras el cristal esmerilado,
una figura borrosa. Como en los páramos de las hermanas Brontë o en la sauna de
una cabaña finlandesa, una atmósfera coagulada lo cubre todo. Por un momento
esa colección de píxeles podría ser cualquier cosa: un asesino, una tormenta en
la distancia, mi bisabuela en el día de su boda, los veranos de la infancia, un
viajero victoriano, o el mismísimo Gregorio Samsa mendigando un poco de
atención. Cierro el grifo y enseguida las posibilidades se reducen: tal vez un
periodista interesado en mi biografía, la vecina necesitada de conversación o
mi jefe regodeándose en algún logro.
Cuando deslizo la mampara y me
asomo, el mundo se reconfigura para adoptar una forma más doméstica y
contemporánea. Todos los visitantes se desvanecen con sigilo en la bruma
dejando espacio para que mi hija abra el armarito de Ikea, balbucee una
disculpa, coja el secador de pelo y salga del baño. El sonoro portazo me
confirma que ya todo ocupa su lugar y el día se despliega, terso y contundente,
ante mí. Me zambullo en el frío que se ha colado por la puerta y para cuando me
cubro con la toalla ya me sé enfocada, posible, real. Me dispongo a transitar
la jornada, a dejarme sorprender.
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