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David Imlay |
Mi bisabuela parió
catorce hijos, de los cuales solamente siete sobrevivieron a una infancia sin
antibióticos. Pero le bastó con acudir al santoral siete veces, pues el nombre
del niño que moría era adjudicado automáticamente al siguiente bebé, como queriendo
brindar otra oportunidad a ese santo en la familia. Estas segundas versiones siempre sorprendían a la comadrona por su enorme peso al nacer, cosa que no nos debería extrañar pues cargaban con la losa de las expectativas y el duelo de la madre .
Hoy hemos
enterrado a la última hermana de mi abuela que quedaba viva. Luisa, de noventa
y cinco años, se ha reencontrado por fin con Luisita, de tres añitos, y con el resto de parejas de ancianos y bebés homónimos que habitan en
el panteón familiar. Una ansiada reunión en la que se hablará de
balances, de aspiraciones frustradas, de envidias incorruptas, de segundas oportunidades
desaprovechadas y, en fin, de esta familia nuestra
en la que los más espabilados han conseguido llevar una doble vida impunemente.