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lunes, 27 de febrero de 2023

La lluvia antes de caer

 



                                                         Vassily Kandinsky, Composición 7


Las tres toallas con textura de cartón piedra podrían ser la causa del pestazo que tumba de espaldas al abrir la puerta de la habitación. O quizás se deba a algún bocadillo abandonado antes del final. En el peor de los casos, una compresa en proceso de momificación. Muy poco probable que se trate de una patata podrida, como a veces ocurre en la despensa, pues te encuentras en el otro extremo de la casa. La primera palabra que te viene a la mente es “cadáver”. Como aquella vez que se fue la luz durante las vacaciones, y a la vuelta la nevera supuraba un líquido rosado procedente del congelador. Pedazos de cadáveres de vaca en plena putrefacción. Te sentiste protagonista de una escena de CSI: la agente sensible pero huraña entrando en el lugar del crimen con un pañuelo en la nariz. Una nube hedionda cubrió todos los objetos de la casa e impregnó los cuerpos con una contundencia insoportable durante una semana completa, a pesar de la lejía.

Pero, así como en el caso de la nevera el foco estaba muy claro, esta vez es imposible localizar la fuente de la pestilencia en una primera exploración visual. En primer lugar, porque el olor es mucho más difuso, algo a medias entre el sobaco de un obrero al final de la jornada y el cubil de un oso. Definitivamente, no se trata de un fiambre sino de algo más sutil y etéreo.

Es, simplemente ─te dices, apretando la mandíbula y reprimiendo la náusea que avanza por tu esófago─ el apocalipsis cotidiano de la habitación de tu hija.

Lo acabas de ver. Y aunque es un paisaje conocido, la visión de la escena no deja de golpearte. Tu cerebro se defiende de esa realidad convirtiéndola en una descripción aséptica, en el inventario de lo que aparece ante ti: una promiscuidad de camisetas usadas languidece en el suelo, los apuntes del curso anterior junto al subrayador fosforito sin tapa, una taza con restos de café, la bolsa de la playa vomitando un reguero de arena. Y cubriéndolo todo, un último estrato de ropa limpia aterrorizada ante el remolino de entropía que se cierne sobre ella y por el que será engullida sin remedio. Un escenario de guerra tras el ataque definitivo.

Tú repites incansable la matraca, insistes en convencerla de que tiene que ordenar. Pero la realidad también insiste en demostrarte que se trata de una batalla perdida de antemano.

La bella adolescente responde ─cuando entras descompuesta en su habitación─ que está en ello, que ya lo recoge, que no la presiones. Lo dice varias veces. A lo largo de varios días, incluso semanas. Pero cuando vuelves a asomar la cabeza, ella está sentada sobre varias camisetas (ay, de las recién planchadas) chateando, un-momento-por-favor-estoy-ocupada.

De vez en cuando se atreve a decirte: Este fin de semana necesito dinero. No tengo ropa. La única solución posible, encontrada por una madre a la que consideras una gurú del tema de las camisetas y la educación integral del adolescente, es conseguir que la niña haga algún trabajito los fines de semana para sus gastos (en camisetas), como por ejemplo trabajar en una tienda de ropa doblando camisetas ocho horas al día. Pero mientras tanto, y hasta entonces, el asunto requiere un dispendio tremendo de adrenalina desperdiciada en contracturas, crujir de dientes y canas prematuras en las madres del primer mundo. Es tal la cantidad de energía desperdiciada que, haciendo acopio de ella se podrían escribir los mejores libros, escalar las montañas más altas e incluso bombear agua a cubos en una central hidroeléctrica para generar electricidad extra y que así ellas puedan estar un rato más conectadas al ordenador antes de que las arenas movedizas de las camisetas se las traguen.

Pero hoy has reaccionado. Le has exigido que antes de quedar con sus amigas tiene que ordenar el cuarto. El día ha transcurrido calmo en esa habitación, con sus horas y sus minutos avanzando implacables hacia la hora de la salida. Con los estratos de ropa fluyendo a favor de pendiente cual colada de lava. Dos recordatorios por tu parte. La memoria a corto plazo de la chica completamente bloqueada. Se acerca la hora. Las amigas la reclaman por el interfono. No te vas si no recoges, aseguras. Ya lo haré. Has tenido todo el día, recuerdas. Qué más da, lo haré a la vuelta. Ese cuarto tiene que quedar limpio antes de que te vayas, insistes. No. Portazo.

Mientras las amigas esperan en la calle, te asomas al balcón. Están situadas justo debajo de ti. Puedes ver sus coronillas como pequeñas dianas. Parecen muy animadas, como si todo estuviera bien en el orden del universo. Esperas a que salga tu hija. Y en ese preciso momento, empiezas a llover. En una performance catártica, casi lírica, por fin se airean todos los trapos sucios de la guarida: camisetas, toallas, bragas y calcetines se elevan ligeramente y enseguida, en un baile desacompasado pero bellísimo, llueven como maná caído del cielo sobre las desprevenidas adolescentes.

Respiras hondo. Te encanta el frescor de la lluvia al final del verano, te dices durante el larguísimo minuto que antecede al fango que llegará tras la tormenta.

 

 Presento este relato al concurso de Zenda #Historiasdemujeres.


2 comentarios:

  1. Creo que las hijas, los hijos también, pero las hijas en especial, deben recibir un curso de terrorismo emocional hacia sus padres en algún sitio que desconocemos. Tienen una capacidad de sacar de quicio y una resistencia impensable en otros ámbitos de sus vidas... El no me presiones es una frase que saca lo peor de mi :)

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    1. Tal cual. Hijos y alumnos del mundo diciendo a sus adultos: no me presiones, no me ralles, déjame en paz...o esas actitudes de vergüenza ajena o de desprecio si haces algo que ellos consideran "boomer" (como uno de los peores insultos a los que te puedas enfrentar). Hay que tener la autoestima a prueba de bomba para hacerse responsable de un adolescente, sí. Pero la buena noticia es que si aguantas el tipo y consigues que no te importe lo que ves en el espejo de sus miradas, eres invencible y capaz de sobrevivir a cualquier afrenta externa. Y con un poco de suerte, en algún momento te lo agradecen, los muy....

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