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lunes, 25 de abril de 2016

Me colé en una fiesta...

...de muchísimo postín. Uno de mis microrrelatos se ha colado en una lista que han hecho en una web de El País, rodeado de los mejores autores. Yo, muy contenta y sorprendida, disfruto de la suerte que he tenido y, con el disimulo de los impostores, acepto canapés y copas como si toda la vida me hubiera desenvuelto en esos ambientes. ¡Menos mal que llevo pendientes!.
Se puede entrar en la bacanal por aquí



sábado, 16 de abril de 2016

Deforestación



Duane Keiser 

De niña iba al dentista con frecuencia. Tenía el esmalte muy fino, teñido de amarillo por la tetraciclina. Pronto empecé con las caries.
Un día el doctor me contó que en la muela de un paciente había encontrado una pepita de tomate germinada. Yo no supe si creerle, pero me recuerdo fantaseando sobre el tema. Imaginaba una cavidad llena de humus de la que brotaba una minúscula tomatera que con el tiempo se ramificaba y reptaba con ventosas por el suelo de la boca. Algunos tomates estallaban como globos entre los dientes al hablar. Otros bajaban por el tubo del fondo del jardín, fértil abono de lechugas y alcachofas. A veces salían malas hierbas y unos caracoles pequeñitos tapizaban las mucosas de satén. Se convirtió en un huerto capaz de alimentar a una familia, o tal vez a una ciudad. Después en un bosque que generaba tormentas tropicales, cuyas lianas crecían decididas hacia arriba -cual habichuelas mágicas- mientras el señor de la caries se fundía sin remedio con la tierra.

Nunca llegó a saber el doctor cómo le odié el día que me desveló el desenlace de la historia. No se puede deforestar de estas maneras la imaginación de una niñita fantasiosa y de esmalte delicado.


Fotografía tomada del blog de la Microbiblioteca

Con este relato he quedado finalista en la edición de marzo de la Microbilbioteca. Acompañando a otros relatos muy inquietantes y telúricos de Elena Casero, Belén Saiz, Raul Clavero y Javier Palanca.  El ganador fue Miguelángel Flores.Enhorabuena a todos. Terrific!

domingo, 10 de abril de 2016

11 de abril



Ana, he esperado al día de tu cumpleaños (11 de abril) para contestar a la felicitación que te "atreviste" a publicar en el blog el día del mío ( 5 de abril). Me da cierto pudor esto de expresar afectos en público pero no se puede retar a un Aries impunemente ( y ambas lo sabemos, jaja ). No sé si tu viaje en caravana por Australia te llevará a lugares con wifi, pero aquí estarán mis palabras esperándote para cuando las puedas leer.
Como hacemos en cada comida de cumpleaños  -como hubiéramos hecho si estuvieras hoy aquí- se trata de que todos hablemos del “ojo-meneado” y traigamos nuestros recuerdos a ese espacio afectivo que sobrevuela la mesa donde lo celebramos, ahora virtual. Luego, el “cumpleañero” tiene que hacer un balance del último año (en mi último cumple me hicieron hacer balance de los cuatro últimos años, ¡qué vértigo, cuantas cosas han pasado!)
Hoy hace ¡25 años! de esta foto. Yo acababa de cumplir 29. La abuela Carmen te vio nacer, y pronunció aquellas “famosas primeras palabras” (las primeras que oíste, seguramente): Esta niña es muy madura, que ya forman parte de la mitología familiar, y de tu historia. No podías decepcionar a la abuela, claro, y fuiste un bebé sano (excepto aquellas bonquitis asmáticas que tanto preocupaban al papi y que por suerte pronto se solucionaron), una niña enérgica y alegre, o mejor dicho: una pequeña fuerza de la naturaleza. Con un añito te llevamos a vivir a Tenerife, y tuviste el detalle de vomitar encima de tu madre en el momento del aterrizaje, justo después de que Carlos gritara: ¡¡Nos vamos a estrellar!!  
Tú no te acuerdas de esos años, pero yo sí. Al salir de la guardería, cada día, con dos añitos, recogías tu mochila, la de tu hermano mayor, las colgabas en la sillita, y salías empujándola mientras tu hermano simplemente salía corriendo a  darme un abrazo y se olvidaba de todo lo demás. Luego te subías en la sillita roja, te abrochabas  y dejabas que te llevara hasta casa a través de aquel  parque lleno de plantas tropicales y enormes lagartos, cuando no la llevabas tú misma con Carlos encima.


            En aquella época ya tenías ese poderoso sex appeal que siempre has tenido, y las mamás de los niños de tu clase acababan invitándote a comer a sus casas ante la insistencia implacable de tus amiguitos.


    “¿No es sierto que soy pressiossa?”, decías con acento canario mientras jugabas en casa con tus muñecos, repitiendo lo que oías que decían los adultos sobre ti. Cuántas veces hemos tenido que reprimir nuestras ganas de “lucirte” y de dar importancia a esa belleza tuya tan desmesurada, tan terrenal y a la vez tan sobrenatural, para no “estropearte”. Por suerte esa belleza ha ido acompañada de una inteligencia práctica, de una fuerza indomable y de un carácter imposible de sobornar, que te ha protegido de los aduladores y de tu propia vanidad. “Las rubias no somos tontas (pero sí muy simpáticas y muy buenas personas)” podría ser tu lema.
      De vuelta a “la península” archivaste tu acento canario, y adquiriste sin más problemas el catalán de Molins, que enseguida separaste del “tortosí” y del castellano que hablábamos en casa. Y dos años después, cuando ya estabas adaptada a tu nuevo entorno, nos mudamos a Alicante.  El nuevo colegio, la explosión de libertad y creatividad que significaba Tobago, Ada y Pilar. El teatro, los cuentos, Víctor y Sara en su cochecito doble,  las au pairs, la música que escuchábamos cuando te llevaba en coche a básquet, los gomets que te hicieron sentir importante otra vez, los disfraces, las peleas con Carlos, y el vínculo originario e irrompible con Sara. 



          Volvemos a Molins. La infancia pasa en un soplo, me doy cuenta cuando te sorprendo besándote con un chico bajo la lluvia en mi camino a la estación. Durante este tiempo de tránsito Ana es la que se encarga  de llevar a Víctor y a Sara al colegio, la que compagina el patinaje, el aerobic y el baloncesto, la que detesta que las au pairs le hablen en inglés pero es capaz de aprender alemán durante un año o larguísimos poemas sobre piratas y princesas. La que juega a los SIMS y no tiene empacho en emparedar o quitarles la escalerilla de la piscina a algunos de los personajes que no le caen bien. La que se encierra en su habitación y es peluquera, dependienta o profesora, dependiendo del día y del atrezzo que consiga. La que juega con la abuela a que son amigas que se visitan y  casualmente ese día le deja a sus muñecos para que los cuide mientras se va de viaje. 


         La que de repente es adolescente y tiene mucha más fuerza y determinación que la que puedan reunir sus dos padres juntos más toda una tribu. La que a los 15 años decide viajar sola a California.La que trabaja de camarera con dieciséis. La que no cede. La que tiene una manera de querer a su padre cómplice y tranquila, incluso cuando estallan los conflictos llenos de hormonas. La que sigue siendo responsable y no da problemas, porque se los soluciona ella solita. La que tiene una fijación con los Estados Unidos y se escapa cada vez que puede. La que no sabe si le gusta la fisioterapia, el inglés o el teatro y decide que no está dispuesta a renunciar a nada.  La que sale mucho, la que se cree poco inteligente pero nos hace reír como nadie en cada cena. La que cohesiona la relación entre los hermanos con esa mezcla tan suya de franqueza, desparpajo y sensatez. La que se sabe vulnerable tras un diagnóstico pero en ningún momento se autocompadece.
        La que termina la carrera y se va a hacer un curso de teatro a Nueva York. La que no se le caen los anillos por ponerse a trabajar vendiendo agua de coco o cubriendo las vacaciones de todos los fisioterapeutas de una clínica. La que decide irse un año a Australia y se va a pesar de todas las circunstancias que le sugieren que lo deje estar. La que se va sola, y a las dos semanas ya tiene piso y trabajo. Y amigos, Ana siempre está rodeada de amigos. 


Ana, ayer a Sara se le caían las lagrimillas al constatar que definitivamente ya ha pasado la época en la que convivíamos todos en casa y cada cena era una fiesta. Yo le dije que a partir de ahora vamos a tener que acostumbrarnos a trasladar esos encuentros a dónde se tercie ( Menorca, Madrid, Alemania, Australia… ya veremos) porque nadie en esta familia está dispuesto a prescindir tan fácilmente de la droga de tu simpatía y tu nobleza.
¡Que pases un felicísimo día de tu cumpleaños!

         
          Te quiero, Ana.
         ¡Todos por aquí te deseamos lo mejor! 


sábado, 9 de abril de 2016

La que no encuentra refugio

Fotografía hecha por Sara Castellví 


    
    Acepté empezar con una guardia nocturna la misma tarde en que llegué, aunque hubiera necesitado descansar. Las tareas de vigilancia no demandan mucha adrenalina, pero sí resistencia al sueño. Y yo había viajado durante todo el día, y la noche anterior apenas había dormido. Me uní a los otros de ese turno. La humedad gélida y las luces de color ámbar convertían el escenario que teníamos enfrente en una visión improbable, en una mala pesadilla. Un chico rondaba el coche donde nos guarecíamos del frío a la entrada del campo. Con su piel cetrina y un brillo metálico en sus ojos nos saludaba tímidamente y nos sonreía.  Tenía 17 años, nos contó, había llegado hasta allí solo, desde la parte kurda de Siria. Enseguida nos dimos cuenta de que mendigaba compañía y la posibilidad de que alguien le dejara un móvil durante un rato para entrar en su Facebook. Los demás jóvenes tenían móvil. Al día siguiente vi un póster de Justin Bieber en una de las tiendas. Estos detalles paradójicos son los que más me impresionaron. Estuvimos charlando con él pero no le dejamos el móvil.  
     Apurando hasta el último momento, a las nueve empezaban a regresar los primeros grupos de personas en su intento diario de colarse en un camión en Calais para llegar hasta Inglaterra.  En la autopista los coches no paraban y nos teníamos que interponer entre ellos y los grupos de refugiados como una barrera humana para impedir atropellos y que así pudieran pasar con sus bolsas, los cochecitos, los niños  y toda la esperanza renovada en cada jornada. Llevo clavados en la memoria los gestos despectivos de algunos conductores.
    La determinación de las familias a la ida y la decepción a la vuelta en ese viaje diario. Andar y desandar, tejer y destejer. Era su único objetivo allí. Durante el día tensaban el arco de sus expectativas y por la tarde finalizaban un viaje heroico de ida y vuelta hacia una Itaca brumosa, ya casi irreal. Recuerdo la mirada  aturdida de muchos adultos que, tras varios meses allí, dormitaban durante todo el día y no eran capaces ni siquiera de recoger los residuos que generaban. Necesitaban acumular toda la indolencia posible durante el día para ponerse en marcha cada tarde.

   Después de una semana jugando con niños, ordenando material,  ayudando con la comida, conviviendo con otros voluntarios, regresé vía París de vuelta hacia mi casa. Mi amiga y yo visitamos la ciudad. Lo típico: la torre Eiffel, el Louvre, los puentes. Me pareció un atrezzo de cartón-piedra. De repente la palabra turismo estaba hueca, no tenía sentido. Al día siguiente tomamos otro autocar para regresar a nuestra ciudad, a nuestras vidas; conforme me acercaba a mi familia, a la universidad, a mi particular refugio… se iba instalando en mi interior algo parecido a la intemperie, y no podía sino recordar la pintada que había en uno de los barracones del campo: Welcome to reality.


















martes, 5 de abril de 2016

5 de abril

           







Hoy no soy Paz,
Hoy soy Anna, su hija que se encuentra a 17.000km de distancia y como no puedo estar físicamente para felicitarla y decirle lo mucho que la quiero,espero que me perdonéis por colarme en su blog y tratar de expresarlo ciberneticamente.
Mi abuela no pudo acertar más con el nombre, no se si mi madre transmite tanta paz porque se llama así o si mi abuela ya lo sabía antes de que naciera y le puso el nombre a modo de premonición. La cuestión es que fue muy sabia y no existe otro nombre que la describa mejor. Seguramente por eso siempre tuvieron esa relación tan especial.
Mi madre es Paz, necesita Paz y transmite Paz. Para mi madre una tarde ideal es en un sofá leyendo un buen libro y acariciando a Fabiola. Mi madre es extremadamente sensible a cualquier pequeño conflicto y sorprendentemente racional en situaciones difíciles.
Mi madre siempre tiene un libro en su biblioteca que te resuelve la duda. Mi madre es la típica madre que se presenta en casa con una botella de plástico con algodón  dentro y un cigarro y hace un experimento para demostrarle a su hija lo malo que es fumar. Mi madre es la típica madre que te dice que si no recoges la ropa de tu cuarto te la va a tirar por la ventana, y si no la recoges te la tira.
Mi madre no entiende mucho de moda pero entiende mucho de todo lo demás. Mi madre ve la posibilidad de escribir un cuento sobre algo que no llega ni a anécdota,y lo hace. 
Mi madre cuando le preguntan siempre se describe primero como madre de cuatro hijos y después como bióloga-escritora-profesora y amante de sus galgos.Su devoción por sus hijos y sus ganas de impregnarnos de todos sus conocimientos y arte son infinitas. Y así nos educó; leyéndonos cuentos cada noche,llevándonos de viaje por el mundo, regalándonos libros por reyes,cumpleaños y sant jordis y dejándonos volar aún sabiendo que podíamos no volver.

Mi madre para mí es la mejor madre, ¿que voy a decir yo? Si es mi madre ¿no? Pues no sólo lo digo yo, lo dicen mis tres hermanos también. Así que te felicito por cumplir un año más siendo la mejor madre y espero (¡no espero!) TE OBLIGO  a que sigas muchos muchos años más siéndolo.

FELIZ CUMPLE MAMI!!! 



 UN CUENTO DE MAR


Allá en una isla
del mar de la Trola,
vivía una princesa
muy triste y muy sola.

Suspiraba llena
de melancolía,
pensando en que alguien
la salvara un día
Una cierta tarde,
cuando paseaba,
ve un barco a lo lejos,
que a ella se acercaba.

Era el rey de Jauja
con un galeón,
de seda las velas
y de oro el timón.

-Bella princesita,
mi reino te doy.
Y ella le contesta:
-¡Con usted no voy!

Pasaron mil fechas
en el calendario,
y un día en un yate
llega un millonario.

En el banco tiene
millones a cientos
y en la Costa Azul,
cien apartamentos.
Dice a la princesa:
-¡Yo el mundo te doy!
Y ella le responde:
-¡Pues aquí me estoy!

Más días pasaron
-tal vez, años fueron­
y llegó a la playa
un viejo velero.

Lo manda un pirata
que no tiene nada:
el día y la noche
y la mar salada...

- Como soy tan pobre,
yo nada te doy.
-¡Pues por ser tan pobre,
contigo me voy!

Y Juntos se fueron
en aquel bajel,
por los siete mares
de luna de miel.

Y aquí acaba el cuento
del mar de la Trola
y de una princesa
que estaba muy sola.

Carlos Reviejo




* * *

domingo, 3 de abril de 2016

"Viaje de ida y vuelta" en Cuentos para el andén


Fotografía tomada en Dresden durante el interrail por centroeuropa que gané con este relato ( 2011) 


La ventanilla de un tren a punto de salir es un observatorio privilegiado para saber en qué consiste despedirse. Si quisiéramos tener una visión global del asunto de los apegos humanos y escuchar el genuino sonido del velcro de nuestras relaciones (pegándose y despegándose) tendríamos que completar el trabajo de campo con una visita a una terminal de llegada de vuelos de un aeropuerto, con sus pancartas de bienvenida, abrazos exagerados y empalagosos grititos. Pero, como ocurre con la tristeza y la alegría en la música —cuánto mejor un bolero que la canción del verano—, da mucho más juego el desgarro de una separación que un recibimiento rebosante de azúcar.
Es por eso que cuando, el otro día, vi a esa pareja despidiéndose en la estación del Norte como si estuvieran cantando un bolero, apoyé el codo en la ventanilla y me dispuse a disfrutar del espectáculo, rezando para que ese día el tren también saliera con retraso.
Ella era joven, aunque no demasiado. Estaba en esa edad en la que, en la época de mis padres, todas las mujeres ya tenían hijos, mientras que ahora viven una interminable prórroga de la adolescencia. Él, en cambio, se situaba en esa incipiente madurez que tan seductores nos vuelve a los hombres. ¿Quizás fuera su profesor? Probablemente, pues ella llevaba una carpeta.
El abrazo era contundente y profundo. Había algo de violencia contra el destino de separarse que le daba un toque de desesperación muy atractivo para un voyeur tan fantasioso como yo.
Por los altavoces anunciaron la salida del tren. El velcro se resistía a despegarse. ¿Quién de los dos subiría al tren? El último encaje de sus cuerpos derivó en un acrobático enlace de brazos y acabó en una caricia que él deslizó con tristeza por el rostro de la chica. Cuídate, cuídate —me pareció descifrar de la lectura de sus labios.
Ella subió a mi vagón. Avanzó con gesto lento, concentrado. Ligera, como si levitase unos milímetros por encima del suelo del pasillo. El azar la depositó en el asiento vacío frente al mío, dándome la oportunidad de observar -con la cautela que requiere el voyerismo más sofisticado- cómo iba mudando su rostro tras el desgarro del velcro, cómo se iniciaba la cicatrización.
El tren comenzó a moverse. Ella se aferraba a la carpeta y al bolso. Su mirada no apuntaba a ningún objeto del exterior, flotaba en el aire sin tratar de captar nada, sin tratar de comprender lo que veía. Una mirada acurrucada sobre sí misma como un perro que duerme. Llevábamos media hora de trayecto y yo estaba a punto de estallar de éxtasis por tener el privilegio de asistir en directo a la visión de un volcán en aparente calma, pero que emite ondas que avisan a los sismógrafos de su actividad. Entonces, abrió el bolso. Sacó una toallita húmeda, que se pasó por las mejillas. Después cogió su móvil, marcó un número que tenía archivado, tragó saliva y cuando contestaron al otro lado dijo:
—¿Cómo va, cariño? Ya estoy llegando a la estación. Sí, sí. Espérame para el baño del niño, ¿vale? Un beso.



Este relato de Hormonautas ha sido publicado en el número 45  de Cuentos para el andén