Fotografía de Marta Muset Cabada |
Yo no quería ir a una
cremación, por supuesto, pero me vi abocada. Te empujan, te acorralan… y cuando
te das cuenta estás allí delante, con ese calor insufrible y el olor a
churrasco que flota por toda la ciudad impregnando tu piel y cubriendo tu ropa
como una costra. De repente ves una pierna que se desprende y cae donde las
cenizas. Y no puedes escapar ni desconectar tus sentidos, aunque en ese momento
desearías tener un interruptor que lo apagara todo.
Cuando por fin pudimos huir de
aquel espanto, nos acercamos a un restaurante en el que se podían pedir
macarrones y pizza. Hasta mi amiga -que viajaba buscando su karma y deseando
dejarse transformar de forma holística por todas las experiencias, olores y
sabores que nos deparara nuestra estancia en la India- cedió gustosa ante la
idea de una comida sin especias. Así que nos sentamos en la terraza dispuestas
a dar un respiro a nuestros neurotransmisores. Todo parecía reconducirse hacia
una cierta normalidad. Hasta que -tras un súbito viraje en la dirección del
viento- una lluvia de cenizas procedente con mucha probabilidad del difunto que
acabábamos de despedir cayó sobre nosotras y nuestros macarrones recién
servidos, que se quedaron pagados pero sin consumir en esa terraza desde donde
se contemplaba una ciudad sin final en el horizonte.
Tampoco quería navegar por el
Ganges pero al final, ay, lo hice. Todos mis pensamientos estaban ocupados en convencerme
a mí misma de que ese barquito no iba a volcar. Me aferraba a la madera que me
cubriría como una trampa mortal antes de morir ahogada en esas aguas hediondas
y fangosas. Mientras estas ideas
atravesaban mi mente, algunos “bultitos” nos adelantaban arrastrados por la
corriente. Yo me maldecía por esa manía mía de documentarme antes de los
viajes. Si no lo hubiera hecho no me habría impactado ver esos paquetes tan
bien atados flotando por el río, porque jamás se me hubiera ocurrido que
pudieran ser cadáveres de niños, a los que no se les podía quemar. Al final del paseo desembarqué mareada y tensa, jurando que no volvería a claudicar. Menos
mal, pensé, que al día siguiente nos íbamos de allí hacia una zona rural, un
escenario -que imaginaba idílico- donde podríamos desconectar de aquella
sobredosis de estímulos. Me
tranquilizaba saber que habíamos reservado un vagón de primera clase con
literas donde podríamos dormir y recuperarnos.
Entonces aún no sabíamos que
los cientos de niños de ojos enormes que merodeaban en la estación eran
habilidosos ladronzuelos especializados en detectar las carteras de turistas
europeas. Ni que esos destellos al fondo de la estación no eran otra cosa que
una concentración de ratas que subían y bajaban por la pared. Ni que nuestro vagón, como el resto del tren,
era el paraíso de las cucarachas. Y que pasaríamos la noche envueltas como
momias con el fin de evitar que entraran en contacto con la piel, para no pegar
ojo de todas formas. Ni que a mi amiga, al cabo de dos horas de
“amortajamiento”, se le agotarían las reservas de calma y espiritualidad. Se
olvidaría por completo de sus ínfulas zen y terminaría chillando a zapatazo
limpio contra las cucarachas, que crujían, caían al suelo, y a continuación
volvían a la vida dándonos una valiosa lección práctica sobre el significado de
la reencarnación.
Me encanta. Y mi hija parte ahora para su quinta estancia en la India, tres años viviendo por allí.
ResponderEliminarYo no sé si podría viajar a la India. Creo que para mi sistema nervioso sería demasiado tanta concentración de vida ( y de muerte). Ahora, esto de las hijas viajeras es una auténtica plaga ¿no?. Un abrazote, Ximens
EliminarPues, Paz, en octubre y noviembre tengo pensado irme dos meses a la India. Concretamente al sur, a los estados del sur. Es algo que siempre he anhelado y quiero hacerlo ahora. Por su puesto una visita será a Benarés, algo me llama allí. Supongo que esa concentración de vida y de muerte puede ser muy fuerte. Hace muchos años viajé por Indonesia y conocí la pobreza pero no pienso que fuera tan intenso el panorama como es en la India. Es un viaje que te puede dejar K.O. o que sea un refuerzo personal en el orden anímico. En todo caso, será efectivamente un viaje que me hará salir de la zona de confort en que vivo. Dos meses dan para llegar a la desolación más absoluta y volver de allí con luz en el alma. Veremos. Tu relato me ha gustado.
ResponderEliminarQuizás a mį también me atrae la India aunque no quiera admitirlo, pues me doy cuenta de que he escrito dos relatos sobre experiencias de otras personas allí ("Raíces" en Hormonautas es el otro). Pero debe ser droga dura viajar a ese lugar.Casi prefiero que me lo cuenten, soy demasiado hipersensible ante la visión de la desmesura, el caos o el sufrimiento. Así que sólo me queda quitarme el sombrero y desearte un viaje que consiga darle la vuelta a tu vida como a un calcetín. Y que luego nos lo cuentes como tú sabes. Gracias por comentar.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarExcelente relato, Paz! Como todos los tuyos... He visto que tienes Hormonautas en versión digital. Voy a por él.
ResponderEliminarUn beso
Ah si? Ahora me entero. Estás segura? Creía que los ponían en eBook más adelante. Ahora lo busco. Besos, amiga!
Eliminar