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martes, 22 de diciembre de 2015

El gigante que le fue arrebatado al mar



El esqueleto de Charles Byrne mide 2´5  metros desde el hueso del talón hasta el punto más alto del cráneo.  Actualmente se le puede visitar en el Museo de John Hunter, en Londres, y es uno de los especímenes biológicos más interesantes de la colección de este museo que custodia la Real Academia de Médicos de Inglaterra.
Pero esos huesos deberían estar en el fondo del océano. Su enorme caja torácica sería un excelente refugio para pulpos, madréporas y pequeños peces asustadizos. En lugar de eso, las costillas están pegadas con cola adhesiva  al esternón y ensartadas a una ristra de vértebras y huesos que cuelgan , bajo el cráneo, de un soporte metálico de casi tres metros. A su lado, subido a un taburete forrado con terciopelo negro, le hace compañía el esqueleto diminuto de un enano siciliano. Charles Byrne hubiera deseado desaparecer, disolverse en el agua, pero soporta, con una forzada sonrisa mineral y en posición de firmes, el paso de los siglos. De pie, en su vitrina. Allí está desde 1782, gracias a la voracidad del doctor John Hunter.
Visualicémonos a nosotros mismos ante esa vitrina, mirando fijamente hacia arriba hasta que nos duelan las cervicales, y , si somos capaces de olvidar el olor a naftalina o a formol que flota en la sala , dejemos volar la imaginación.
Ésta es la breve historia de cómo unos huesos que nunca dejaron de crecer  pasaron desde una pequeña cuna irlandesa de musgo hasta una enorme y fría  vitrina, esquivando su destino: el mar.
Aunque resulta muy difícil discernir los antiguos motivos e inclinaciones de una persona con sólo observar su esqueleto, vamos a presuponer que Charles Byrne, en el fondo y muy a su pesar, era un gran tímido.
Charles fue concebido sobre un montón de heno. Desde el momento en que sus padres se percataron de que habían traído al mundo algo parecido a una equivocación, atribuyeron su desgracia a este hecho. Así mitigaron su culpa y acallaron los rumores de las gentes  de la aldea.
El niño de los Byrne debió de alimentarse de rústicos potajes de patata, como los demás, pero le hacían más provecho que a sus amigos  y su cuerpo crecía sin descanso, y sin vergüenza.
Pronto se percató de que era  más fuerte que los otros niños, que sus manos eran el doble de grandes y que los adultos se iban quedando cada vez más “ahí abajo”. Y aunque las articulaciones le chirriaban en cuanto se movía, desde muy pronto trabajó como un adulto y fue consciente de la impresión que causaba en las mozas de la aldea. Podríamos imaginar que el hecho de sentirse diferente le hubiera podido acomplejar y convertirlo en un ser retraído y melancólico, pero, si alguna vez sintió algo parecido a esto no dudó ni un segundo en apartar de  un enorme manotazo semejante pensamiento de su cabeza, acompañándolo de alguna expresión soez emitida con su grave y tremenda  voz .
Cuando le ofrecieron una vida más fácil exhibiéndose en las barracas de feria de toda Irlanda no se lo pensó dos veces, y superó la pérdida de dignidad con las ventajas de obtener más reputación y dinero. La fiereza de su mirada tras los barrotes de la jaula  se transmitía con muecas de una aldea a otra  y sus demostraciones de fuerza eran conreadas por niños y adultos allá por donde iba. Para mantener constantemente esta pose de dureza necesitó una cierta ayuda: los brebajes que le proporcionaba la  mujer barbuda de la feria y los alcoholes baratos que le ofrecían en las tabernas con tal de poder observarlo de cerca le servían para tal fin. Con veintiún años y tras varias peleas bravas y feas, fue expulsado de la feria de Cork. Decidió marcharse a Londres en busca de nuevos públicos a los que asombrar o de un trabajo mejor.
Al llegar notó que la gente de la calle lo recibía  con mayor avidez por observar lo monstruoso que había en él. Por más que los que le miraban con ojos desorbitados tuvieran las encías sin dientes y las miradas perdidas, necesitaban compararse con alguien aún más repulsivo y así resaltar el menor resquicio de belleza o de bondad que  quedara en ellos.
Al principio la ciudad se comportó como un gigante sórdido y hediondo que trataba de engullirlo, pero con el tiempo su fama le permitió conseguir un trabajo digno. Se mudó a un buen apartamento en Charing Cross y la fortuna le confirmó su valía. El alcohol era mejor y más caro. La prensa se refería a él como el último Coloso vivo y la curiosidad se mezclaba con la codicia en la mirada inquisidora de los médicos que le visitaban.
 Uno  de ellos era el doctor John Hunter, un famoso médico poseedor de una extensa colección de fetos, momias y órganos disecados gracias a los cuales se dejaba admirar por la profesión. Cuando le medía y le exploraba parecía entrar en un éxtasis ensimismado que a Charles nunca le gustó. Por esta razón Charles hizo redactar un testamento  en el que se establecía que al morir sus restos fueran arrojados al mar. No quería caer en las garras  de ningún médico. Toda una vida siendo observado había sido suficiente, el terror de ser exhibido sin su consentimiento le perturbaba más de lo que podía soportar.
El gigante irlandés, como le llamaban, alternaba su vida frívola y complaciente con la alta sociedad con otra oscura y nocturna en los garitos donde bebía para acallar el vértigo que le producía la fama a su delicada sensibilidad. Recordemos que, aunque él no lo supiera, era muy tímido.
Un día, mientras rellenaba su vacío con alcohol, alguien entró en su apartamento y robó todos sus ahorros. No supo a quién acudir para que lo confortara. No se atrevió a pedir ayuda a ningún conocido, y el solo hecho de pensar en tener que mostrar otra vez su supuesta fiereza en ferias y tugurios le hizo  recurrir de nuevo al alcohol. Bebió sin consuelo  hasta que su mente se embotó y su cuerpo cedió al esfuerzo de seguir  viviendo. Tenía veintidós años.
El resto de la historia es fácil de adivinar para quien haya leído entre líneas y sepa que los médicos siempre han gozado de un poder especial en la sociedad, pues en sus manos está la vida y la muerte de sus pacientes. El doctor Hunter tenía dinero, tenía contactos con las funerarias y se dejó llevar por  su rapacidad.
En los cuentos de hadas  los gigantes suelen llevar una vida de miseria y de muerte prematura. No es ninguna broma ser gigante.
Charles Byrne era un tímido gigantesco que un día decidió que no quería ser exhibido nunca más. No le hicimos caso y hoy, en lugar de ser la guarida de un plácido calamar,  nos muestra desde su vitrina cómo es la timidez por dentro.



Este es uno de los relatos de Hormonautas, el relacionado con la hormona del crecimiento por motivos obvios. Lo vuelvo a subir a modo de señuelo. 
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viernes, 4 de diciembre de 2015

Vídeo de la presentación de Hormonautas en Barcelona


Este es el vídeo que grabaron en la SGAE de la presentación de Hormonautas el pasado 26 de noviembre. Presentaron "in situ" Iván Teruel (escritor y profesor de literatura)  y Alejandro Santiago Martínez ( Editorial Nazarí), en "plasma" Rosana Alonso ( escritora) y en "performance" María José Lesmes ( dirigida por Miguelángel Flores).  Tres presentaciones ( real, virtual y escénica) en una.
¡ Gracias a todos los que participaron de manera directa o indirecta y a todos los que en privado me apoyaron y me desearon que fuera muy bien durante los días previos! Sin ese apoyo una no se hubiera atrevido a "exhibirse" con tanta candidez y alegría.