Melchor depositó el
cargamento de oro. Miró fijamente a los ojos del Bebé y en un instante todo el
Nuevo Testamento pasó ante sus ojos como por arte de Magia.
De regreso rumiaba
cabizbajo una de las sentencias del Niño. Esa maldita frase le impresionaba
mucho más que todas sus hazañas, los
amigos rarísimos, la cruenta pasión y el sorprendente truco final.
Al llegar a Oriente mandó
construir una aguja gigantesca, que plantó a la entrada de su reino. Desde
entonces sale cada Navidad por el ojo de la aguja- con su camello cargado de lingotes-sin ningún
remordimiento de conciencia.
Este relato ha quedado finalista en el concurso de Wonderland de ràdio 4 esta semana.