Llego
media hora antes de la cita para hablar con la enfermera. Espero, parapetada
tras un libro de muchas páginas, bajo una luz verdosa de fluorescente aunque es
pleno día. Los pósters que adornan
las paredes amarillas me recuerdan que no somos nadie y que hay que estar
siempre alerta, ser precavida, avisar al primer síntoma, no tomar antibióticos
en un resfriado y dar de mamar a los bebés.
Por
fin aparece la enfermera y la abordo con la obsequiosidad con la que nos
dirigimos a los que tienen en sus manos nuestra salud y nuestra paciencia. En
voz baja, como si le contara un secreto, le susurro:
-Mire,
perdone, soy Paz Monserrat-le digo- tengo hora con el endocrino a las 9.30, pero
resulta que tengo que ir al entierro de mi tío. En realidad el doctor solo
tiene que darme el alta de mi tiroiditis ¿le parece que sería posible hacerme pasar
antes de mi turno?
-Espera
un momento, voy a pasar lista a ver si están los primeros.¿Montserrat Paz?
Cuando
estoy a punto de decirle que se ha equivocado, que es al revés y que ésa soy yo
, una mujer de mediana edad, con obesidad mórbida, levanta la mano y dice
“servidora”.
La
miro asombrada y le explico que yo me llamo Paz Monserrat. Intercambiamos unas
cuantas frases y sonrisas cómplices, algo manido sobre las coincidencias y los apellidos que también son nombres.
-¿Le
importaría dejarla pasar? Es que tiene que ir a un entierro.
Mira
en silencio a la enfermera, luego me mira a mí, y a continuación dice que ella
también tiene sus obligaciones, que siempre pagan los mismos. Nombra a los
justos y también a los pecadores, y suelta otros muchos lugares comunes que se adaptan a la situación. Entre los
espacios que separan las letras de ese aluvión de palabras con el que me está
sepultando asoma su único pensamiento: que me estoy inventando lo del entierro.
Una
vez más me admiro de la energía que tienen las personas con mucha grasa
corporal, y sintiendo mi vulnerabilidad de flacucha convaleciente, me rindo sin
luchar y me resigno a esperar mi turno.
Pero
como colofón a su discurso, suelta :¡ Vengaa, que pase!
Entro.
Me dan los resultados. Como ya me había dicho por teléfono los análisis están
bien. Me va a dar el alta. Podría haberse complicado. He tenido mucha suerte de
que no me haya quedado una tiroiditis crónica. Muchas gracias. Que alivio. Que
no me olvide de dárselo al médico de cabecera. Gracias otra vez.
-Y
gracias por dejarme pasar-le digo a la enfermera al salir, mirando el reloj - me
voy, que llego tarde...y espero que no esté todavía enfadada mi
“complementaria”.
-Si, menuda mala leche que tiene la tía-me contesta la enfermera mientras acompaña
la puerta.
Salgo,
y me topo de narices con Montserrat Paz, que está esperando tras la puerta y
seguramente ha oído todo lo que decíamos.
Me observa con la autoridad que da perdonar la
vida a un mosquito cuando una tiene diez veces más entidad real, humanidad y
fuerza vital que una piltrafilla como yo, la misma que con el alta recién
estrenada tiene una taquicardia digna del episodio más agudo de su tiroiditis,
y baja las escaleras camino del cementerio como si hubiera visto un fantasma.
Algo me dice que esto no es ficción, Paz. ¡Mira que encontrarte con tu complementaria en el más amplio sentido del término! Deberías de haberla inviado a hacer una primitiva juntas. :)))
ResponderEliminarUn abrazo,
Si ,Pedro, es tan asombrosamente real que parece ficción. Y era muy amplia : ella y el sentido del término. No me lo podía creer cuando pasó.
ResponderEliminarAbrazotes reales , no ficticios.
Me pasó en una tienda, al firmar en mi tarjeta de crédito. La persona que me atendía tenía mi mismo nombre. También me sucede que, llamándome América, todos me dicen que por qué no pongo mi nombre, sobre todo, llenando papeles en inglés...
ResponderEliminarAmérica, es que tenemos unos nombres tan amplios, tan universales...que se prestan a confusión e intercambio, jaja
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por pasarte