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sábado, 12 de octubre de 2013

Capicúa


Llego media hora antes de la cita para hablar con la enfermera. Espero, parapetada tras un libro de muchas páginas, bajo una luz verdosa de fluorescente aunque es pleno día. Los pósters que adornan las paredes amarillas me recuerdan que no somos nadie y que hay que estar siempre alerta, ser precavida, avisar al primer síntoma, no tomar antibióticos en un resfriado y dar de mamar a los bebés.  
Por fin aparece la enfermera y la abordo con la obsequiosidad con la que nos dirigimos a los que tienen en sus manos nuestra salud y nuestra paciencia. En voz baja, como si le contara un secreto, le susurro:
-Mire, perdone, soy Paz Monserrat-le digo- tengo hora con el endocrino a las 9.30, pero resulta que tengo que ir al entierro de mi tío. En realidad el doctor solo tiene que darme el alta de mi tiroiditis ¿le parece que sería posible hacerme pasar antes de mi turno?
-Espera un momento, voy a pasar lista a ver si están los primeros.¿Montserrat Paz?
Cuando estoy a punto de decirle que se ha equivocado, que es al revés y que ésa soy yo , una mujer de mediana edad, con obesidad mórbida, levanta la mano y dice “servidora”.
La miro asombrada y le explico que yo me llamo Paz Monserrat. Intercambiamos unas cuantas frases y sonrisas cómplices, algo manido sobre las coincidencias y los apellidos que también son nombres.
-¿Le importaría dejarla pasar? Es que tiene que ir a un entierro.


Mira en silencio a la enfermera, luego me mira a mí, y a continuación dice que ella también tiene sus obligaciones, que siempre pagan los mismos. Nombra a los justos y también a los pecadores, y suelta otros muchos lugares comunes  que se adaptan a la situación. Entre los espacios que separan las letras de ese aluvión de palabras con el que me está sepultando asoma su único pensamiento: que me estoy inventando lo del entierro.
Una vez más me admiro de la energía que tienen las personas con mucha grasa corporal, y sintiendo mi vulnerabilidad de flacucha convaleciente, me rindo sin luchar y me resigno a esperar mi turno.
Pero como colofón a su discurso, suelta :¡ Vengaa, que pase!
Entro. Me dan los resultados. Como ya me había dicho por teléfono los análisis están bien. Me va a dar el alta. Podría haberse complicado. He tenido mucha suerte de que no me haya quedado una tiroiditis crónica. Muchas gracias. Que alivio. Que no me olvide de dárselo al médico de cabecera. Gracias otra vez.
-Y gracias por dejarme pasar-le digo a la enfermera al salir, mirando el reloj - me voy, que llego tarde...y espero que no esté todavía enfadada mi “complementaria”.
-Si,  menuda mala leche que tiene la tía-me contesta la enfermera mientras acompaña la puerta.
Salgo, y me topo de narices con Montserrat Paz, que está esperando tras la puerta y seguramente ha oído todo lo que decíamos.
 Me observa con la autoridad que da perdonar la vida a un mosquito cuando una tiene diez veces más entidad real, humanidad y fuerza vital que una piltrafilla como yo, la misma que con el alta recién estrenada tiene una taquicardia digna del episodio más agudo de su tiroiditis, y baja las escaleras camino del cementerio como si hubiera visto un fantasma.  



4 comentarios:

  1. Algo me dice que esto no es ficción, Paz. ¡Mira que encontrarte con tu complementaria en el más amplio sentido del término! Deberías de haberla inviado a hacer una primitiva juntas. :)))

    Un abrazo,

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  2. Si ,Pedro, es tan asombrosamente real que parece ficción. Y era muy amplia : ella y el sentido del término. No me lo podía creer cuando pasó.
    Abrazotes reales , no ficticios.

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  3. Me pasó en una tienda, al firmar en mi tarjeta de crédito. La persona que me atendía tenía mi mismo nombre. También me sucede que, llamándome América, todos me dicen que por qué no pongo mi nombre, sobre todo, llenando papeles en inglés...

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  4. América, es que tenemos unos nombres tan amplios, tan universales...que se prestan a confusión e intercambio, jaja
    Un abrazo y gracias por pasarte

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